Friday, March 17, 2006

Un triunfo más para Philip Seymour Hoffman


Normalmente el cine tiene un lugar más que especial para los directores. Son algo así como el pitcher del béisbol, el que luce, quien se lleva las palmas y quien en muchas ocasiones dimensiona o catapulta al actor. En mi caso, uno de los personajes más dominantes, profundos, enigmáticos y cautivadores es Anibal Lecter en El silencio de los inocentes. Me parece que desde entonces no he visto un personaje tan bien logrado en Anthony Hopkins. El mérito, me parece, es del director.

Otra dimensión del director que amolda historias y actores con un encanto único es Woddy Allen. El detalle más notable es que sus actores trabajan casi por nada de sueldo, pero saber que aparecerán en sus cintas es un costo más que gratificante. Cómo olvidar en Los enredos de Harry, si la mente no me falla, ver a Robin William salir fuera de foco en todas sus escenas. Humorismo fino y maravilloso, el motivo: el actor estaba fuera de foco, así de sencillo.

Este director americano que se diera a conocer con la cinta Bananas, (véala, y descubra el primer papel en cine de Silvestre Stallone) también ha conocido las penurias que como director se puede sufrir. Cuando tuvo a su cargo a Leonado Di Caprio, afirmó tras dirigirlo: ojalá vuelva a abordar el Titánic y que se vuelva a ahogar en él”. Sin duda los directores son los grandes creadores.

Pero también es justo mencionar que los actores pueden acceder a esos estratos, quizá tarde más, tal vez cueste mayor trabajo. Pero es posible. Actores como el francés Danuel Autil (El octavo días, El closet) llena la pantalla, pero si lo vemos en una cinta junto a Juliette Binoche, La viuda de Saint Pierre, su caracterización le cambia su fisonomía. No es plano es su apariencia, enriquece a la producción (por cierto, en México esa cinta tiene el espantoso nombre de El amor nunca muere).

Gary Oldman es otro caso. Podemos verlo el JFK, pero nada que ver su aspecto en El quinto elemento de Luc Besson, y así podríamos ir repasando todas sus desconcertantes personalidades encarnadas. Ese tipo de actores son una delicia en la pantalla, pues entienden que cada personaje tiene motivos, historia, detalles, relieves que los hacen únicos.

Y así podemos seguir con gente como Kevin Spacey, Danny De Vito, o Jim Carrey, que más allá de gustar o no de sus cintas son personas que agregan mucho a sus interpretaciones y que siempre se agradece en una sala cinematográfica, por eso es que ahora me gustaría hablar de Philip Seymour Hoffman, protagonista de la cinta Capote, pues es uno de esos actores que son verdaderamente profesionales y concientes de su misión como actores. Un ejemplo más a lo que apuntamos en este comentario.

Me parece justo hacer mención a que este tipo de actores no son de los que aparecen de pronto, me refiero al ámbito de la fama, sino que han sabido estar en la trinchera y sacar buenos personajes. El caso de Philip Seymour Hoffman lo podemos ubicar por el estudiante mañoso, corrupto y convenenciero en Perfume de mujer, sí, ese al que insulta Al Pacino en el diálogo culminante ante la junta de escuela.

También podemos recordarlo en el papel de un tímido, no, de un mentecato vecino de una modelo. Él sueña con poder estar con ella en total y absoluta intimidad y libertad sexual. Lo patético de su personaje es admirable, pues fácilmente podía ir a la ternura compasiva cuando en realidad se mueve por las aguas de la mediocridad y de la miseria humana cuando muestra que tiene aspiraciones de las que se ha convencido como propias y termina como el gran impostor.

Pero no queda ahí, el trabajo previo de Philip Seymour Hoffman, también se nutre de interpretar a un enfermero que se involucra emocionalmente con su paciente moribundo que resulta ser el padre del personaje que representa Tom Cruce en Magnolia, de Paul Thomas Anderson, y uno dirá, ¿pero qué relevancia puede tener un enfermero en una cinta de casi dos horas y media y donde se narran alrededor de 8 historias particulares y relacionadas? Bueno, ese es el trabajo de los grandes actores que logran explotar al personaje, que saben darle relieves propios, que no parecen clonados, y que no hacen gran escándalo en salir “feos” en la pantalla.

Philip Seymour Hoffman nos hace entrega de su última transformación, de su nuevo transe por la imaginación y el atrevimiento de hacer algo digno de ser comentado, y se trata de la cinta Capote, co producción canadiense norteamericana, dirigida por Bennet Millar, y que se encarga de ver un fragmento de la vida del escritor norteamericano Truman Capote (autor de Desayuno en Thyfanny)

Capote es una historia centrada en el contraste de la vida deslumbrante de Nueva York y el ambiente sureño, sereno y rural de Kansas City. Truman Capote se encuentra en la cumbre de su existencia pública y de pronto ve en una pequeña nota de un diario el caso del asesinato de una familia que conmociona su atención y descubre que ese será el motivo de su próximo libro.

Vale decir que la ambientación de la película me parece admirable, detalles como autos, peinados, cafeterías, trajes, modismos incluso, todo parece llevarnos a los años 60 en el sur de Estados Unidos. Es en este entorno donde Philip Seymour Hoffman empieza a desarrollar un personaje manipulador, obsesivo, truculento, cínico, que se trata de vincular con los motivos de los asesinos, pero con el disfraz de “la buena onda”, de la afinidad sexual con uno de los reos, ofrece un sujeto que moralmente tiene muchas cuestiones ideales para el debate de la conducta moral. Con todo esto, no llegamos a odiar al escritor, ¿razón?, quizás la buena representacuón de Philip Seymour Hoffman.

¿Qué busca Capote?, tiempo, necesita retrazar lo más posible la ejecución de dos sentenciados a muerte para que logre sacarles las verdad, el testimonio, la forma fría en que logran asesinar a toda una familia, de ir obteniendo esos pequeños detalles que terminan por hacer el que será el mejor libro de su vida. Capote hace de esta investigación perversa el motivo de su existencia.

A medida que avanza la cinta enjuiciamos al Capote que Philip Seymour Hoffman nos ha armado. Vemos su transitar de ser el centro de atención de un coktail en Nueva York, donde la burla clasista es la constante, pasando por ser capaz de pagar a la servidumbre para que le digan halagos públicos, aunque su círculo cercano sepa que es patético en su idea; para terminar con un Capote vencido y dolido hasta la penuria porque no pueda acabar su libro.

Es aquí donde cae el mayor peso en los hombros de Philip Seymour Hoffman, pues debe trasmitir esa angustia, hastío y amargura que le está dejando no tener a sus reos ahorcados, pues ahora paradójicamente con ellos vivos no puede dar por concluido su libro A sangre fría, donde la novela traspasa la grandeza y se basa en lo cotidiano. Un aporte que resulta muy caro para el ego y trayectoria de Capote.

Es aquí donde el la cinta proyecta su real aporte. El escritor está siendo torturado, está en el suplicio, está consumiendo su vida por la carga insoportable que le ha significado su libro, mientras sus dos fuentes de información se están gastando sus últimas esperanzas por extender el perdón de su sentencia. El dolor depende de quien lo vive.

Este Capote no tiene límite en mentir a todo mundo, solo vive para su mundo, para sus intereses. No tiene empacho en decir que su interés de trato con los reos es su historia, aunque con uno de ellos establezca una afinidad homosexual que explota las veces que desea y sin ningún recato. ¿Para qué pagar abogados buenos por un par de desconocidos con una historia atractiva si estos no sueltan los detalles perseguidos?, así se planeta buena parte de la historia.

La labor para el espectador es juzgar hasta dónde es válido atacar al lado emocional del victimario para después, por ejemplo, hacer presentaciones de lectura de sus adelantos y no sentir ni molestia, ni incomodidad, pero tampoco felicidad por sus avances. Capote pretende usar a los inculpados y termina sumido en un laberinto del cual ya nunca se puede reponer.

Capote es una película con ritmo, con una musicalización muy afín a lo que se narra, con movimientos de cámara que refuerzan el sentimiento de los personajes. Me atrevo a decir que es un cine muy aseado, apegados a los fundamentos de saber contar una historia, donde el perfil del escritor es constante, donde su homosexualidad no necesita de detalles odiosos de confirmación, donde el tono de voz de Philip Seymour Hoffman es atinado, sutil y claro a la vez. Capote es una cinta muy atractiva que vale la pena ver.

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3 Comments:

At March 23, 2006, Blogger Salvatore said...

Bueno, pues ahora sí que el comentario está bueno. Aunque no sé qué tan bien funcione para la red. Recuerda que este es un medio que no se presta mucho para textos demasiado largos. Aunque que te puedo decir yo que padezco de verborrea.
Y en cuanto al trabajo de los directores me hubiera gustado que hablaras de dos de mis favoritos Takeshi Kitano y Wim Wenders.

 
At March 24, 2006, Anonymous Anonymous said...

A poco no merecería el Oscar a la mejor película, aunque se cae también en la reinvidicación del homosexualismo, el mea culpa y ustedes perdonen. El guión es estupedno, no sé porque no la llamaron "A sangre fría" en vez de "Capote". Felicidades, un prejuicio menos en tu visión de cinéfilo incurable.

 
At May 28, 2006, Anonymous Anonymous said...

En cuanto a la película se refiere me gustó, pero obviamente no tanto como el libro, ya que en éste te describe ampliamente la vida de los Clutter, de los asesinos, y de todos los implicados en el homicidio.
En mi caso, consideré injusta la ejecución de los asesinos, ellos fueron otras víctimas más en este acontecimiento. En total fueron seis las víctimas en este caso.
En cuanto al nombre de la película, a mí me parece adecuado, ya que describe la vida de Capote y cómo se implico con el caso Clutter; pero si hubieran tratado únicamente el homicidio de los Clutter, hubiera estado de acuerdo en que se llamara A Sangre Fría.
Pues me agradó mucho tu publicación, ya que hablas sobre la película que se basa en mi libro favorito " A Sangre Fría".
Un saludo.
Jonathan

 

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