Friday, June 29, 2007

Tan simple y profundo como el Agua


De las millones de cosas que me asombran, el caso del cine de verano tiene un lugar especial. En más de una ocasión me ha tocado preguntar a algún cuate o amiga si les ha gustado la película “de moda”, y casi siempre resulta que me responden “pues está medio chafa, no vayas a verla”, y tras escuchar esto tan instentemente, no es menos mi asombro que si churro tras churro (bodrio, dirían los enterados) se repite la experiencia, entonces, ¿porque no aprender la lección y buscar algo nuevo?

Sí, ya lo comentaba en otra entrada, entre las arañas, fantásticos y ogros el verano avanza, y me parece que por no aprender las lección no nos damos la oportunidad de ver otras propuesta visuales, narrativas e ideológicas.

Continuado con las ideas que mueven al asombro, otra que me cautiva, de verdad que es primorosa, es cuando se habla de los “machos mexicanos”. No voy a aventarme la puntada de decir que el machismo es un mito genial (ni que fuera el tristemente célebre Pedro Aspe), pero me parece que ya es una imagen donde es fácil adoptar argumento de víctima.

¿A qué viene toda esta reflexión?, sólo hay que ir a la taquilla del cine y pedir un boleto (suponiendo que se va solo) para la película Agua y dejarse atrapar por su hilo narrativo. Agua, de la directora Deepa Mehta es romper la inercia adictiva de ver la película del verano y tener una nueva visión de lo que es sistema de vida machista.

Agua no significa ver una historia en donde el público femenino termine por aceptar que “no está tan mal y que hay lugares más jodidos”. Seguramente esa sería la explicación en el modelo arquetípico del estadounidense (cómo olvidar célebre capítulo de Los Picapiedra cuando Pedro agradece a la vida que es un simple obrero y no el jefe de la cantera) Paradójicamente, Agua, y este es su gran acierto, plantea la situación del renacer, de la aspiración válida.

Mehta inicia la historia dando un rápido escenario en donde un Chuyia (Sarala), a su corta edad (8 años)ya ha sido casada y ya es viuda, y por lo tanto debe vivir confinada en una casa de retiro para mujeres viudas. Habrá quien diga que eso es del carajo, bueno, las otras dos opciones de la cultura hindú es ser incinerada con su difunto marido o casarse con el hermano del mismo. La casa de retiro suena lo menos jodido.

Ahora bien, lo más sencillo sería que la directora se contentara con poner un recorrido de esas y demás gandalladas de ese sistema de castas y creencias que conforma a la cultura hindú, pero eso sería simplista y sólo se trataría de poner situaciones circunstanciales.

Chuyia es el pretexto simbólico, lo que nos puede horrorizar al occidental, para adentrarnos en dos corrientes narrativas directas, la forma en que “viven” las demás mujeres viudas y la manera en que éstas logran la sobrevivencia menos indigna. La vida de las viudas es la miseria, la pena, el dolor, el tener que completar la existencia pues resultan ya una carga, y costosa, para la familia; pero también se deja ver la corrupción del sistema.

La corrupción tiene nombre, Kalyani es una joven y atractiva, bella viuda, que por muy viuda que sea es la posibilidad de obtención de recursos para las demás mujeres, sobra decir la manera en que se obtiene ese beneficio, y que desde luego que es el medio ideal para hacer cuestionamientos a ese modelo machista que tanto predomina en la India. La directora no se puede abstraer a la idea de la tragedia clásica en donde la muerte es la única salida, pero no una muerte de finalización, sino de purificación. Desde luego, se tiene que ver la cinta para saber identificar el código que nos presenta la directora.

Asimismo, mientras se establece en entorno narrativo de Chuyia y las demás viudas, el hilo narrativo desarrolla pinceladas de la revolución conceptual de Gandhi, en exponer ese sentimiento paradójico del hindú acomodado que ve con desprecio al libertador y goza las noches citando a los poetas de la metrópoli inglesa, en la germinación de ideas de cambio en una sociedad que en el fondo funciona con los mismos códigos corruptos y perversos del pederasta más asqueroso.

En medio de este desarrollo narrativo no podemos hacer de lado el gusto estético y místico que nos regala la autora por medio de la justa aparición del elemento que cohesiona todo el credo de la India: El Ganghes. Es a lo largo de este punto en común que la historia de desarrolla. El río purifica, el río es origen de vida, es crematorio para el muerto, es el símbolo que conecta dos orillas que parecen distantes. Ganghes es vida purificada, en vida corrompida, pero vida en movimiento.

Agua cuenta con el apoyo fotográfico de Giles Nuttgens y la música Mychael Danna, lo que otorga un balance adecuado a la historia. Donde las imágenes y los sonidos sólo son, no hay la idea de inducir sentimientos, el público es el que se debe comprometer en la búsqueda de las emociones, ver en los cuadros el gusto por dejar que la imagen fluya, que el sonido acompañe a lo que vemos, no que sugiera lo que debemos sentir.

Metha hace así la entrega de su primera parte, tres completarán este saga de historia, y deja abierta la puerta de la esperanza, de la posibilidad, pero no de manera absurda y gloriosa, sino dejando la idea de la incertidumbre, del "vamos a cambiar", aunque no se sepa a dónde se va, pero se deja clara la idea: hay que arrojarse. La directora, me parece, retoma hacia al final a Chuyia como ella misma, teniendo que tomar decisiones valientes, o siendo beneficiaria-víctima del arrojo de alguien que quiso algo mejor para su futuro, un futuro que en la cosmovisión hindú, depende mucho del sexo, no del karma.

Agua es una excelente historia que nos enfrenta con las creencias y actitudes más antiguas, pero también deja abierta la puerta del cambio, de la renovación, de la esperanza de que todo se mueve, como las aguas del Ganghes.






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