Thursday, July 05, 2007

Para ver a las ballenas hay que tener fe


Ya en alguna ocasión comenté que hasta en el cine de propuesta existen cintas que no tienen ninguna propuesta (por paradójico que suene), pero aún así resultan muy buenas películas. Me parece que esto no se deriva sólo de tener la mente abierta a aceptar el mensaje fílmico que no es “hollywodense”, sino a una postura de vida, es decir, no hay propuesta, pero sí la idea de mandar un mensaje interesante.

Este es el caso de la película Padre e hijos. Para ser honesto, ignoro si en algún momento alcanzó alguna sala aislada en los grandes complejos empeñados en sólo hacer dinero con cine desechable. Si el caso de esta cinta fue estar condenada al DVD de manera inmediata, bueno, qué le vamos a hacer, pero lo que sí les puedo decir es que se trata de una historia simplemente deliciosa.

Padres e hijos es sensible, es emotiva, es divertida, pero no siento que recurra al chantaje para lograr interesar al público. La piedra angular de la historia descansa en Phillip Noiret (inolvidable Alfredo en Cinema Paradiso), al encarnar a Leo Serano, un hombre que ve cómo pasa el tiempo, no es abuelo, y para colmo sus hijos viven en un notable alejamiento, cada uno preso de sus carencias o vanidades. Los tres hijos en cuestión son Charles Berling (David), Bruno Putzulu (Max), Pascal Elbé (Simón).

¿Cuál es el detonante para que la trasformación empiece a generarse?, realizar un viaje de vacaciones, la idea es ver a las ballenas en Canadá, aunque ya haya pasado la temporada de avistamientos.

Las vacaciones son el pretexto para que Leo logre que David y Max logren romper las barreras y distancias que los tiene como enemigos jurados. El argumento central de Leo es la manera en que exagera un leve problema de agotamiento (transformando en un coágulo que va a terminar con su vida).

Pero que esto no provoca una historia cursi, de frases melosas y terrenos comunes donde la muerte y las lágrimas brotan como si fuera un vulgar reality. El guión y dirección de Michel Boujenah es ágil, plagado de un lenguaje ligero, cotidiano, subido de tono, con insolencias, con juegos de lenguaje, sí, con cierto terreno común en las bromas y chistes, pero me parece que están justificadas.

El encadenamiento de los hechos hace que estas vacaciones cambien de rumbo en cada momento, las mentiras y las verdades se combinan a lo largo de la historia. A veces es la atención en el masoquismo de Max, en otras descansa en la vanidad y superficialidad de David, en ocasiones en lo abstraído de Simón, eso sin contar las sombras de homosexualidad; se descubre la aventurilla de juventud de Leo, se expone la repetición de soledades de Leo con su hermano, el que Simón no acabó la prepa, pero sobre todo el juego del chantaje de Leo para que todo puedan verse y quererse como familia.

Pero la solución a esa búsqueda de los valores, de la identidad, de lo que nos puede unir tenía que llegar desde afuera para que lo interno lograra el equilibrio. La respuesta llega por Mado (Marie Tifo), una curandera entre mística y charlatana que es capaz de revivir a un cerdo (después de todo, todos los hombres tenemos algo de cerdos).

Es en este ambiente aislado de todo, sin señal de celular (¡qué maravilla!), de trabajo rudo y de simplezas de vida es que estos cuatro personajes coronan ese viaje a su interior. Secuencias muy divertidas, aunque por ahí con su detalles emotivo que mueve a las lágrimas si se ha hecho “clic” con la historia.

Pero falta el pretexto original: ver a las ballenas. Leo lo explica muy sencillo en dos expresiones: para ver a las ballenas hay que tener fe. Para ver a las ballenas hay que merecerlo. Quien guste atreverse a gozar esta cinta (que está en tiendas de autoservicio a escasos cuarenta pesos) sabrá entender lo maravilloso y emotivo de estas dos ideas que el maravilloso Noiret nos legó.

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