Friday, January 25, 2008

La amistad, un jarrón para guardar lágrima



Recuerdo con afecto lo que mi maestro de cine me dijo en la carrera: “no te hagas bolas, al cine vas a que te cuenten historias, lo que importa es que la cuenten bien”, agradezco esta enseñanza a Enrique Cano, el maestro más alternativo que tuve en la carrera.

¿A qué viene esto? Me explico, y pido un poco de paciencia a mis cuatro lectores. Esta semana vi un fragmento de un insufrible drama campirano del canal de las Estrellas donde una inocente niña es embarazada por un rico hacendado, ok, hasta ahí va entendible el asunto.

¿Qué ocurre?, pues nada, que el guionista sí supo poner a la chica desolada hasta la sala de los ricos para hacer su drama de amor frustrado en el velorio; clásico, es asesinada (para impedir que nazca el heredero), lo que deriva en que sus hermanos anden por el pueblo buscando la hacienda de la familia en cuestión. Me pregunto, ¿cómo es posible que una “inocente” niña encuentre no sólo la hacienda, sino la habitación de la velación, y tres gandules que claman venganza no pueden saber donde diablos está una hacienda?, ¿será una hacienda de interés social y por eso es tan chica?, ¿o más bien se tratará de una batihacienda, y esté en una catacumba? Me parece que esto ilistra una historia mal contada.

Esto viene, mis queridos cuatro lectores, en contraparte, a que tuve la oportunidad de ver una película sencilla, de tema trillado, pero con un dilema bien contado, interesante, incluso que genera tensión en el espectador, es decir, una historia simple, pero profunda, lógica en el universo que sea crea, no como en el ejemplo introductorio.

Mi mejor amigo es una cinta de Patrice Leconte, cineasta ya conocido por un servidor por Ridículo, film en el que se exponen las intrigas de la corte francesa de Luís XIV (incluso dejando claro que Versalles y Los Pinos son idénticos).

Además, Mi mejor amigo es llevada en hombros por un actor que es común ver en el llamado cine de arte, Daniel Auteuil (El octavo día, La viuda de St Pierre, El clóset) y que expone una idea muy sencilla: que duro es pasar por la vida sin un amigo. Pero cuidado, no nos enganchemos a la idea de una historia predecible, de mucha lágrima, de expresiones gloriosas por la pérdida de un amigo. La historia va mucho más allá.

Francoise (Auteuil) es un comerciante que sólo ha centrado su vida en trabajar, hacer negocios, tiene pareja, tiene una socia, tiene colegas de trabajo, pero nadie, absolutamente lo reconoce siquiera como una amistad agradable. Leconte tiene el tino de poner a un sujeto que podríamos definir como “normal”, es decir, Francoise no es un sujeto de robe a lo pobres, que insulte ancianos, lastime a menesterosos, no, solamente es un tipo que no tiene amigos.

Paralelo a Francoise está Bruno (Dany Boon), un taxista de sonrisa agradable, muy atento, pero que vive solitario, básicamente, por saber demasiadas cosas que a nadie le importan. Bruno es un sujeto que toma y aprende todos los datos que ve, sabe de calles, casas, orígenes de nombres, es una amplia enciclopedia de las cosas que a nadie le interesan. Paradójico, nunca ha sido seleccionado para programas de concursos (el rival más débil, a la francesa) por el pánico escénico que sufre. Bruno es bueno para decir sus datos, no para responderlos.

Bruno y Francoise tienen sus barreras, sus problemas, y sin embargo ambos tienen un problema en común, no tienen amigos. ¿Cuál es el punto de unión?, una metáfora creada en torno a un jarrón por el que Francoise paga 200 mil euros en una subasta, un jarrón del siglo V AC que tiene como motivo la amistad de personajes de la Iliada (Patroclo y Aquiles).

La cuestión es sencilla, la compra del jarrón mete el tema de la amistad delante de Francoise, el cuál acepta el reto de su socia para que en menos de 10 días le presente a su mejor amigo o ella se quedará con el jarrón (obtenido a un costo prohibitivo para su empresa).

Los días pasan, y Francoise va compilando una complicada lista de “amigos” que no son tal, ya sea ex compañeros de la escuela, colegas, quien sea, Francoise no tiene amigos, no sabe ser simpático, no sabe ser atento, y nunca se dio cuenta de ello.

Es con este escenario que Bruno termina siendo maestro de Francoise, y es por medio de escenas que de simples resultan complicadas, pues lo de menos es poner frases cursis, pero no, lo hiperbólico del mensaje es la significación que da el espectador al acto de querer encontrar un amigo.

Mi mejor amigo es una cinta donde se exponen los costos, donde tenemos a un héroe que quiere ser amado y solo causa molestia, enfado, antipatía, y que contrasta con lo que significa tener una amistad real. Este es el marco para ir trazando en la imaginaria lo que podría ser una amistad entre Francoise y Bruno.



Sin embargo, Francois no ve lo que para muchos puede ser natural: la amistad, la voluntad, el deseo de sentirse cerca no se compra, no se trata de un montaje teatral, pues hasta ahí llega, Francoise no tiene límite en su deseo de demostrar que un amigo hace lo que sea por los lazos existentes. Francoise llegará a lo más bajo de la calidad humana y tendrá que pagar por ello; descubrirá nuestro imprudente héroe que lo que ha armado en torno a Bruno es falso, frágil y de mala calidad, como el jarrón que tiene en su casa (la película explica muy bien este detalle).

El dramatismo del final de la cinta lo dejo al juicio de mis cuatro lectores, en lo personal me agradó el ambiente de concurso en que la cinta se destraba, pues finalmente Francoise entendió la relación con Bruno como un concurso, por lo que la solución tenía que venir en un concurso, al menos así lo veo.

Recomendable Mi mejor amigo, sin duda para un servidor. Movimientos de cámara que recuerdan el estilo de Lars von Tiers, diálogos sin mucha complicación, cinta centrada en los valores más básicos del ser humano, hechos encadenados que tienen lógica. Tal vez Mi mejor amigo se haya logrado tan bien por buscar en lo íntimo de la humanidad y no es tratar de encontrar una hacienda en medio de la nada.

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