Sunday, July 29, 2007

El héroe y su epopeya


La narrativa rusa es muy particular, no se anda por las ramas, me parece que rara vez cae en terrenos comunes, gusta de plantear los dilemas en los que vive el ser humano. El pequeño Vania, cinta dirigida por Andrei Kravchuk, es uno más de esos casos, lo que hace que la cinta sea sencillamente extraordinaria.

Vania es un niño que de seis años que vive en un orfanato y ha sido elegido por una pareja de italianos para que sea su hijo. Es por medio de este escenario que se exponen dos ideas centrales: todo el orfanato trabaja para el nuevo elegido que asciende al rol de héroe, pues va a poder salir de ese mundo sin futuro, sin suerte, sin nada alentador; todo ello rodeado por el cascajo de lo que fue el orgullo del imperio soviético (una percepción que cualquier globalizador negaría). Sí, Vania se convierte es el pequeño bendecido por la suerte y como tal no debe de rechazar ese golpe de abundancia, de lo contrario su destino será la delincuencia juvenil, en el más cercano destino.

Contrario a lo que pudiera pensarse, la historia de Vania (Kolya Spiridonov) no busca el chantaje sentimental, no es un niño metido en grandes sufrimientos, nadie abusa del él, no está en escenas cargadas de sentimentalismo, Vania es un niño que forma parte de la célula productiva del orfanato, es parte de la maquinaria con que los más grandes obtienen dinero, ya sea por servicios en gasolineras, o por prostitución, que es el caso de una de las chicas del grupo.

Todo va perfectamente, el grupo festeja que uno de los suyos tenga mejor destino, que se pueda ir y deje atrás toda la miseria. Ser adoptado es tanto como garantizar el éxito en la vida. Sin embargo son los fantasmas del pasado los que despiertan la curiosidad y deseos de otras opciones en nuestro infantil héroe.

La búsqueda de uno de los niños ya adoptados por parte de su madre detona el sentimiento más básico de Vania: encontrar a su madre. Por escasa que sea la posibilidad, para Vania vale la pena dirigirse a su origen, claro, esto se mueve más cuando algún otro niño le dice: no te preocupes, pronto vas a tener una nueva madre. En la lógica del héroe no tiene esto sentido.

El proceso en que va germinando esta escapatoria para la conquista de su meta no es gloriosa, no es exaltada, más bien es la un niño de 6 años que no sabe bien a bien por dónde empezar. Tal vez sea robando dinero poco a poco al líder del orfanato (algo así como el que padrotea a los demás), tal vez sea aprendiendo a leer, quizás sea escapando, ¿pero cómo?, el héroe necesita de guías. La primera surge de una de las chicas del orfanato (la que se prostituye), es quien le pondrá en el tren que lo llevará a la ciudad de su primer orfanato y así poder tratar de encontrar a su madre, es a partir de ahí que empieza la epopeya del héroe.

Notable acierto del directo es que el chico siempre esté abrazado a un cuaderno, como si fuera su antorcha en medio de las tinieblas, la búsqueda de sus aspiraciones son metaforizadas por el cuaderno, es su guía, es la fuerza de la volunta a la que se sujeta, la que no permitirá que desfallezca hasta llegar al final de su cruzada.

La astucia, el saber acomodarse al lado de los adultos, cubrir al compañero en desgracia, como diría Clavillazo: “vivillo desde chiquillo” es lo que hace que Vania vaya cruzando este mar de adversidades. Claro, la persecución de quien pierde dinero con la adopción frustrada es constante, y es lo que hace que el héroe tenga que aplicar el máximo de sus breves capacidades.

Es en la ciudad donde Vania conoce la generosidad casual o la maldad más premonitoria. Gracias a ayudas incidentales Vania llega al orfanto original, donde su madre lo abandonó a su suerte, pero el héroe es tal por enfrentar su destino, y es ahí en donde empieza la verdadera prueba. Casi es atrapado por sus perseguidor (el gandul que trabaja para la mujer que contacta a los padres adoptivos), pero el destino le tiene la sorpresa de que es defendido, de manera indirecta desde luego, por unos jóvenes con quien se cruza en su huída.

El camino del héroe en apariencia está despejado, aclara todas las dudas sobre el destino de su madre y es cosa de esperar a que amanezca. Pero falta el clímax para el joven héroe. En su camino definitivo, sin atajo posible, se topa de nuevo con su perseguidor, y cuando esto llega a lo más intenso, cuando no hay salida, el héroe demuestra que está listo para pelear, para enfrentar a sus demonios, a gritarle a quien sea que está dispuesto para la batalla, pues tiene la razón de su lado, escena magistralmente coronada con una lluvia que confirma el bautizo, la purificación, Vania personifica su propio sacrificio para que surja el nuevo Vania. Sí, es una escena maravillosa, que conmueve, y no deja más elección a fiero y deslamado perseguidor que dejar a nuestro héroe enfrentar su destino, pues se ganó con todo derecho su nueva vida.

En el final, claro, hay que llorar un poco, hay que dejar que los ojos se humedezcan, pero no sólo es por que el niño ha logrado su meta, es porque el héroe llega al final de su epopeya demostrando que tuvo la voluntad, la fuerza, el talento, a su favor, que jugó sus cartas, se arriesgo y en ello confirma la renuncia de la vida prediseñada que iba a recibir por un destino que se gana a pulso.

Andrei Kravchuk, nos regala en El Pequeño Vania una historia donde deja que su héroe gane su independencia, su espacio, pero no pone más que lo justo, la musicalización es maravillosa, simple, como un murmullo de piano (quien haya visto el decálogo de Krzysztof Kieslowsky sabrá de lo que hablo), donde las imágenes te proyectan ese orgullo acabado del otrora reino comunista, y en ello surge un héroe que da dignidad a lo más elemental del ser humano.

Labels:

0 Comments:

Post a Comment

<< Home