Tuesday, March 04, 2008

La sangre llama



Sangre de mi sangre es la primera película que dirige Christopher Zalla, y me parece que se trata de un inicio alentador. A mi juicio tuvo la mejor decisión en sentar la base de su relato en un actor como Jesús Ochoa, que a mi parecer es uno de los actores más dominantes en el medio mexicano. No sé si su estilo sea puro, si esté refinado, si se comporte de manera similar en cada uno de sus trabajos, pero sin duda llena la pantalla por más tosco, agresivo o antipatico que sea su personaje.

Sangre de mi sangre es un relato de dualidades, Pedro (Jorge Espíndola) es un chico de diecisiete años que viaja a Estados Unidos, concretamente a Brooklyn, para encontrar a su padre, Diego (Jesús Ochoa), pero en el viaje conoce a Juan (Armando Hernández), quien termina suplantado a Pedro, digamos que el vivillo de la película, y es así como ambos personajes empiezan su particular búsqueda.

Diego, el padre en cuestión, es un mexicano que reside en Estados Unidos con la intención de olvidar su pasado, es hosco, encerrado en sus trabajo (lavaplatos y fabricante de flores de fantasía), que vive en una miseria absoluta, quizá para expiar sus errores, quizá para no ser deportado como ilegal, quizá como un estilo eremita que lo satisface al alejarse del mundo.

En tanto avanza la historia la dirección va mostrando diversos personajes y situaciones desalentadoras, carentes de valores más allá de lo económico, donde la soledad, la falta de futuro y el comercio sexual (en muchas de sus variantes) se van entrelazando como una respuesta y crítica al sueño americano. Sangre de mi sangre es la antítesis del glamoroso Nueva York de las películas de Woody Allen.

La búsqueda de estos tres personajes centrales no será fácil. Pedro está sin un papel de identidad, sin dinero, sin saber nada del idioma, es una apátrida que deambula por lo más bajo de Nueva York, Pedro, por su parte, no puede dejar atrás su estilo de vida: robo, engaño, apatía, búsqueda de la oportunidad de su vida (chingando a alguien, desde luego), y aunque es obvio que no desea dejar ese estilo de vida, tendrá que enfrentarlo a las consecuencias.

Por medio de imágenes sórdidas, de filtros en color verde que acentúan los estados de ánimo de los personajes, Diego poco a poco se irá involucrando con el Pedro que se le ha presentado. Después de todo, es algo así como él de joven: seguro, presumido, altanero, echador, como se dice en México. Diego empieza a verse proyectado en el gandul que dice que es su hijo, sin que ello elimine la posibilidad de enfrentamientos, de reclamos, de aceptación de culpas, y sobre todo, de defender cada uno su posición de macho dominante.


La dualidad de la historia se confirma con las decisiones de Pedro y Juan. Juan no tiene mayor escrúpulo en dominar la situación, sacar ventaja, comprar lo que desee y para ello valerse de cualquier medio, en tanto que Pedro va a ser el ejemplo de estoicismo, será llevado al límite de sus valores, de su moralidad, sí, será doblegado, pero ello no quiere decir que se entregue al sistema corrupto en el que cimienta un imperio como el americano.

La búsqueda, como en la historia más clásica terminará con una navaja que pareciera que desde el inicio de la cinta reclama su ofrenda de sangre, y ese será el inicio de la pena de Juan. ¿Y es que puede haber más tormento para un timador que por fin atreverse a decir la verdad y no que no se la crea nadie? Diego al final podrá ser ese padre protector, sacrificado en el juego de los personajes, en tanto que Juan continuará como empezó la cinta, corriendo, perseguido, quizás ahora no por matones, ni por la policía, sino por sus propios remordimientos, por la culpa que va tan sólo un paso atrás de él, que no lo alcanzará, pero que tampoco lo dejará tranquilo.

La cinta de Zalla también se fortalece con un papel de apoyo de Eugenio Derbez (¿llegó el momento que reclamará que sí es actor?, al tiempo) y de Paola Mendoza, una drogadicta que guía a Pedro por el purgatorio noeyorkino, además de una ambientación que plantea seria dudas de si en verdad vale la pena este tipo de aventuras a Estados Unidos.

Sangre de mi sangre no intenta convencernos de que hay que quedar en México, o que hay que vengarse de los americanos explotadores, ni siquiera denunciar los valores morales más tradicionales, es tan sólo plantear los dilemas que cada vez ahogan más a la humanidad: ¿cuál es nuestra identidad? Alentador es el inicio de Christopher Zalla.

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