Monday, August 06, 2007

Una de vaqueros

El verano continua, y por ello es que no existe gran variedad de películas que valgan la pena (vamos, ni el caso de los Simpson, de quienes he escuchado que es un capítulote mal hecho y forzado), pero por fortuna están los clásicos.

De lo que ahora deseo hablar es sobre el clásico del spaghetti western El bueno, el malo y el feo. Por fragmentos habré visto la cinta unas tres veces, pero de manera completa apenas hace una semana me di tiempo y diversión.

Pocas historias de vaqueros me han gustado, como que no es mi estilo, pero esta es la excepción que pone a prueba la regla. Realmente es poco original lo que se pueda decir de la dirección de Sergio Leone, de la musicalización de Ennio Morricone (aunque el track principal lo disfruto más con Hugo Montenegro), o la insuperable actuación de los tres malandrines que sueltan tiros por el desierto.

La historia entra fácilmente en el arquetipo del vaquero americano, sólo que con la visión del cine europeo, con esto me refiero a que se mantiene la idea del tipo rudo, ambicioso, muy dentro del modelo la nación americana expansionista del siglo XIX, de gandules que ponen una bala donde quieren sin importar los más de 50 metros de distancia. La visión europea entra en la sensibilidad de poner diferentes cuadros donde estos granujas sienten miedo, se conmueven, y dan pequeños momentos de tristeza que resultan memorables.

Claro, para ello se necesita saber trasmitir los valores fílmicos a la pantalla. Imaginemos en retrospectiva, 1966, esas monumentales salas de cine, por ejemplo el cine Latino, y en una pantalla no menos chica el rostro de Lee van Cleef (el malo), comiendo algo así como alubias y en el centro sus ojos enigmáticos, de matón que va a cumplir el encargo con ciertos ajustes.

A lo largo de la cinta de Leone se puede apreciar el constante juego de aliados y antagonistas, no hay amistad, hay intereses (¿más metaforización con los gobiernos americanos?) y en ellos El Rubio (Clint Eastwood) y el Tuco (Eli Wallach) jugando con la idea del ahorcado y el caza recompensas. El arquetipo es sencillo, ¿dónde viene la originalidad?

La andanza es la clave. El Rubio desea terminar la sociedad con Tuco, claro, de una manera ventajosa, pero el Tuco no es un tipo solamente malo, es audaz, logra cazar a su ex socio y ahora tiene el control, lo que se enmarca con una caminata por el desierto. El giro del destino llega en una diligencia de soldados moribundos, donde uno de ellos, a cambio de agua promete revelar el secreto de dónde ha guardado 200 mil dólares. Claro, en lugar de que el secreto del dinero sea para el Tuco, es el pasaporte para que el Rubio salve su vida al ser el confidente beneficiado.

Lo que se describe es simple, si hay tres tipos ambiciosos lo sencillo es poner dinero de por medio, pero la sensibilidad de la dirección consiste en poner a Tuco y al Rubio siendo frenados por los bandos sureños o norteños durante la guerra civil americana.

Esta guerra, por cierto, es bien interesante como elemento latente durante toda la película. Sin ningún tipo de escrúpulo o valor moral, Ojos de ángel (el malo) llega a ocupar un cargo en el bando sureño, Rubio y Tuco son prisioneros más por una casualidad irónica que por formar parte del ejército yanqui, y el colmo de la imbecilidad creíble: dos ejércitos desangrando sus tropas en medio de un páramo, luchando en medio de la nada por un puente que no tiene ningún valor estratégico.

Lo más sencillo que pudo hacer Sergio Leone es poner a sus vaqueros viviendo su propio universo, echando bala, a la búsqueda del dinero. Lo actual de la cinta es exponer secuencias donde Tuco dice a Rubio que su hermano es lo máximo cuándo ese mismo hermano lo corre del monasterio en que vive luego de que ambos llegan a su propia catarsis familiar, donde el reclamo y la violencia es natural para el relato.

La actualidad llega cuando Rubio arropa a un joven soldado sureño que agoniza, y más que caer en desgarradoras escenas de salvación le da de su cigarro, gran fetiche del bueno, hasta que éste expira, es así como el director nos recuerda lo absurdo de la guerra, la fragilidad de la vida, la inepta decisión de la élites que se sienten con todo el poder y autoridad para destrozar la vida de la masa por un supuesto ideal.

El final no tiene más salida, es un duelo, por eso es una película de vaqueros, pero en un perfecto triángulo de emociones. Queda la impresión de que cada uno de los tres ángulos representaran tres fases del orden social, Ojos de ángel como el malo perverso, del Rubio que mueve a tanta simpatía que se hace de lado toda su villanía, Tuco, como el simpático que hace disfrutable la crueldad. Todo este marco tiene la precisa guía de cómo se arreglan las cosas entre hombre: a balazos, con un aura de que el bueno no puede ser tan gandaya, con un malo que encuentra los gramos de plomo que lo mandan al caos e indiferencia, y con un feo que no tiene suficiente aire en los pulmones para gritarle al Rubio que es un hijo de puta.

Que siga el verano, mientras los clásicos lleguen a ocupar un espacio en la televisión podremos seguir avanzando, tal vez pronto día se logre alguna cinta que les haga compañía en ese exclusivo lugar de lo bien logrado. ¿Imaginar un transformer bueno, otro malo y uno más feo será la opción?

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