Saturday, January 26, 2008

El infierno de la elección


Las palabras de los maestros son como líneas escritas, permanecen en el tiempo, claro, hay que anotarlas, por menos en la mente. Alguna vez un maestro en verdad único, Benjamín Rocha nos dijos a todos los del grupo: el ser humano es un cavernícola barnizado de cultura.

XXY es la propuesta de Lucía Puenzo para exponer que el ser humano, ya sea en colectividad o en lo individual vive presa de sus miedos, de sus tabús, que es muy cuestionable eso de buscar la originalidad, pues en el fondo parece que buscamos lo más normal y ordinario, lo más conocido, lo más habitual para no entrar en grandes inquietudes, es decir apenas una fasceta de ese cavernícola.

La cinta de Puenzo narra el ostracismo en que vive una familia que no puede o sabe cómo aceptar y manejar el hecho de que su hija sea hermafrodita, sin embargo, la evolución del relato expone lo que toda alma atormentada debe saber, el infierno, la duda y la angustia es portatil, incluso huyendo hasta la Patagonia.

Alex (Valeria Bertuccelli) es la chica sobre quien se centra la historia, tiene 15 años y ha dejado de tomar sus corticoides, mismos que le frenan la masculinidad que empieza a madurar en su cuerpo. Los padres de Alex (atinado nombre para definir el hermafroditismo) reciben la visita de un cirujano,con de su familia, quien puede extirpar el pene de Alex para que ya pueda ser una chica “normal”.

La familia del cirujano viaja con Álvaro, un chico como tantos hay ahora, callado, metido en su mundo de música portátil, con su eterna mochila al hombro, aunque con el extra de la seria duda de su padre respecto a que si es puto.

La historia dirigida y escrita por Puenzo revela los grandes miedos de los seres humanos en la incertidumbre que no podía ser más paradójica en un matrimonio de biólogos que buscan proteger a la tortugas, pero incapaces de saber qué hacer con las circunstancias de su vida, en la atracción que empieza a entrelazarse entre Alex y Ávaro, en los rumores en una localidad pesquera en extremo pequeña y retirada de la "civilización" global, en la demostración de poder animal que manifiesta Alex sobre Álvaro, por citar los más representativos.

La cinta es complementada con la presencia de Ricardo Darín (el padre de Alex), sin duda el actual referente del cine argentino, aunado a una historia donde los silencios y el filtro azul en sus tomas da ese tono y sentimiento de soledad, en donde cada personaje tiene grandes vacíos, notables angustias; no se trata de hacer una operación y así “curar” a la chica, se trata de Alex buscando su identidad, de saber quién es, lo que quiere. Alex quiere decidir, y parece que decidir no hacer nada es o que desea, ¿tiene derecho a ello?

XXY expone en cierta medida lo que ha sido la historia de la sociedad, el dejar en el silencio los problemas que nos avergüenzan, lo que se tiene que hablar quedito, expone un despertar sexual que no es tan sencillo, que no es nada grato. ¿Es que acaso no vive esa confusión la sociedad actual? Me parece XXY es apenas un bosquejo de la desesperanza y confusión que vive una sociedad y un mundo que tiene acceso a infinidad de datos, de archivos, y que sin embargo no sabe qué hacer y a dónde dirigirse.

La astucia de la dirección se manifiesta con el atino de mostrar a Alex con su mascota, qué mejor que un camaleón, diálogos que no tiene formalismos, formas directas como cuando Alex le pregunta a Álvaro si se acostaría con ella (o con él) , o cuando Alex le pregunta a Álvaro si desea verle esa pija a la que parece ya mostrar deseo, pues finalmente Alex es una existencia andrógina que cumple de las dos formas, y eso hace interesante el relato.


XXY es una cinta que, vista desde la perspectiva de la mujer expone lo que es el hombre, la sociedad, la ansiedad por dejar un infierno en el que los cromosomas introducen a la existencia. La premisa queda clara, no se trata de quitar parte de la sexualidad, se trata de que cada persona sepa encontrarse a sí misma, lo cual, en ocasiones, puede casar auténtico horror, pues, ¿ quién desea ver, delante de sí, en el espejo, a un cavernícola?

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Friday, January 25, 2008

La amistad, un jarrón para guardar lágrima



Recuerdo con afecto lo que mi maestro de cine me dijo en la carrera: “no te hagas bolas, al cine vas a que te cuenten historias, lo que importa es que la cuenten bien”, agradezco esta enseñanza a Enrique Cano, el maestro más alternativo que tuve en la carrera.

¿A qué viene esto? Me explico, y pido un poco de paciencia a mis cuatro lectores. Esta semana vi un fragmento de un insufrible drama campirano del canal de las Estrellas donde una inocente niña es embarazada por un rico hacendado, ok, hasta ahí va entendible el asunto.

¿Qué ocurre?, pues nada, que el guionista sí supo poner a la chica desolada hasta la sala de los ricos para hacer su drama de amor frustrado en el velorio; clásico, es asesinada (para impedir que nazca el heredero), lo que deriva en que sus hermanos anden por el pueblo buscando la hacienda de la familia en cuestión. Me pregunto, ¿cómo es posible que una “inocente” niña encuentre no sólo la hacienda, sino la habitación de la velación, y tres gandules que claman venganza no pueden saber donde diablos está una hacienda?, ¿será una hacienda de interés social y por eso es tan chica?, ¿o más bien se tratará de una batihacienda, y esté en una catacumba? Me parece que esto ilistra una historia mal contada.

Esto viene, mis queridos cuatro lectores, en contraparte, a que tuve la oportunidad de ver una película sencilla, de tema trillado, pero con un dilema bien contado, interesante, incluso que genera tensión en el espectador, es decir, una historia simple, pero profunda, lógica en el universo que sea crea, no como en el ejemplo introductorio.

Mi mejor amigo es una cinta de Patrice Leconte, cineasta ya conocido por un servidor por Ridículo, film en el que se exponen las intrigas de la corte francesa de Luís XIV (incluso dejando claro que Versalles y Los Pinos son idénticos).

Además, Mi mejor amigo es llevada en hombros por un actor que es común ver en el llamado cine de arte, Daniel Auteuil (El octavo día, La viuda de St Pierre, El clóset) y que expone una idea muy sencilla: que duro es pasar por la vida sin un amigo. Pero cuidado, no nos enganchemos a la idea de una historia predecible, de mucha lágrima, de expresiones gloriosas por la pérdida de un amigo. La historia va mucho más allá.

Francoise (Auteuil) es un comerciante que sólo ha centrado su vida en trabajar, hacer negocios, tiene pareja, tiene una socia, tiene colegas de trabajo, pero nadie, absolutamente lo reconoce siquiera como una amistad agradable. Leconte tiene el tino de poner a un sujeto que podríamos definir como “normal”, es decir, Francoise no es un sujeto de robe a lo pobres, que insulte ancianos, lastime a menesterosos, no, solamente es un tipo que no tiene amigos.

Paralelo a Francoise está Bruno (Dany Boon), un taxista de sonrisa agradable, muy atento, pero que vive solitario, básicamente, por saber demasiadas cosas que a nadie le importan. Bruno es un sujeto que toma y aprende todos los datos que ve, sabe de calles, casas, orígenes de nombres, es una amplia enciclopedia de las cosas que a nadie le interesan. Paradójico, nunca ha sido seleccionado para programas de concursos (el rival más débil, a la francesa) por el pánico escénico que sufre. Bruno es bueno para decir sus datos, no para responderlos.

Bruno y Francoise tienen sus barreras, sus problemas, y sin embargo ambos tienen un problema en común, no tienen amigos. ¿Cuál es el punto de unión?, una metáfora creada en torno a un jarrón por el que Francoise paga 200 mil euros en una subasta, un jarrón del siglo V AC que tiene como motivo la amistad de personajes de la Iliada (Patroclo y Aquiles).

La cuestión es sencilla, la compra del jarrón mete el tema de la amistad delante de Francoise, el cuál acepta el reto de su socia para que en menos de 10 días le presente a su mejor amigo o ella se quedará con el jarrón (obtenido a un costo prohibitivo para su empresa).

Los días pasan, y Francoise va compilando una complicada lista de “amigos” que no son tal, ya sea ex compañeros de la escuela, colegas, quien sea, Francoise no tiene amigos, no sabe ser simpático, no sabe ser atento, y nunca se dio cuenta de ello.

Es con este escenario que Bruno termina siendo maestro de Francoise, y es por medio de escenas que de simples resultan complicadas, pues lo de menos es poner frases cursis, pero no, lo hiperbólico del mensaje es la significación que da el espectador al acto de querer encontrar un amigo.

Mi mejor amigo es una cinta donde se exponen los costos, donde tenemos a un héroe que quiere ser amado y solo causa molestia, enfado, antipatía, y que contrasta con lo que significa tener una amistad real. Este es el marco para ir trazando en la imaginaria lo que podría ser una amistad entre Francoise y Bruno.



Sin embargo, Francois no ve lo que para muchos puede ser natural: la amistad, la voluntad, el deseo de sentirse cerca no se compra, no se trata de un montaje teatral, pues hasta ahí llega, Francoise no tiene límite en su deseo de demostrar que un amigo hace lo que sea por los lazos existentes. Francoise llegará a lo más bajo de la calidad humana y tendrá que pagar por ello; descubrirá nuestro imprudente héroe que lo que ha armado en torno a Bruno es falso, frágil y de mala calidad, como el jarrón que tiene en su casa (la película explica muy bien este detalle).

El dramatismo del final de la cinta lo dejo al juicio de mis cuatro lectores, en lo personal me agradó el ambiente de concurso en que la cinta se destraba, pues finalmente Francoise entendió la relación con Bruno como un concurso, por lo que la solución tenía que venir en un concurso, al menos así lo veo.

Recomendable Mi mejor amigo, sin duda para un servidor. Movimientos de cámara que recuerdan el estilo de Lars von Tiers, diálogos sin mucha complicación, cinta centrada en los valores más básicos del ser humano, hechos encadenados que tienen lógica. Tal vez Mi mejor amigo se haya logrado tan bien por buscar en lo íntimo de la humanidad y no es tratar de encontrar una hacienda en medio de la nada.

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Monday, January 21, 2008

El viaje místico, pero sin exageraciones




Dice una expresión muy antigua, no por ello menos cierta: los caminos del Señor son misteriosos, y es que fueron poco más de dos meses para que volviera a escribir en este espacio para deleite (?) de mis cuatro lectores. Los motivos fueron varios, entre ellos el que no encontrara algo muy atractivo en la cartelera (Sultanes del sur no entra en las expectativas).

Hace dos años tuve la oportunidad de llevarme una grata experiencia con el estilo narrativo de Wes Anderson, en esa oportunidad disfruté Vida acuática, que contaba la vida entre torpe y divertida de Steve Zizu (un documentalista marino, al estilo de Cousteau). En aquella ocasión la musicalización de la cinta, más el jugo que sacó a actores como Bill Murray, Owen Wilson y Jeff Goldblum me resultó muy atractivo.

En Viaje a Darjeeling, la nueva propúesta de Anderson, la grata impresión se mantiene, incluso se supera, sin que por fuerza signifique una historia del todo novedosa o única.

Viaje a Darjeeling es el pretexto que toma Anderson para recrear un tipo de historia que nos remite al viaje de los Beatles por la India. Es más, la música que predomina en la cinta tiene todo el sello de este grupo.

La acción es simple, Jack (Adrien Brody) y Peter (Jason Schwartzman) se encuentran en un tren de alguna ciudad hindú, se ven, se saludan, y pareciera que han estado juntos toda la vida (Peter acaba de estar en París, lo que se ve un corto al inicio de la cinta), es hasta que llega Francis (Owen Wilson) que descubrimos que estos tres pesonajes son los hermanos Whitmann, y que están en ese viaje para tener diversas experiencias místicas para llegar a lo más profundo de ellos mismos (porque así lo determinó Francis, el hermano mayor).

¿Cuál es la razón priumera de que esos tres hermanos estén ahí?, bueno, todo es sencillo si vemos la cara totalmente lacerada de Francis, producto de un accidente de motocicleta, y que al salir vivo toma la decisión de que sus dos hermanos tienen que realizar un viaje místico por templos y lugares mágicos para encontrarse a sí mismos. La razón de fondo es ver a la madre que no estuvo en el funeral del papá de los Withmann.

La descripción de los personajes se hace muy divertida al ver cómo Francis busca ser el guía, el que da las órdenes, no se conforma con dar todo el itinerario del viaje, incluso decide qué van a comer sus hermanos. Pero esta familia no está bien, los tres hermanos son adictos a analgésicos (así son sus borracheras), sobre la muerte del padre se nota que hay dudas y cuentas pendientes, eso sin contar que la madre está en una convento cristiano hindú y que por si fuera poco, no desea verlos.

En este microcosmos creado por Anderson es que sus personajes van creando sus espacios, muestran sus perfiles: Francis y la dominación del mayor, Jack no dejándose intimidar por Francis y Jack que siente deseos carnales pro la guapa mesera del tren en que viajan; eso sí, los tres unidos por ser el confidente de alguno de los otros hermanos, sin que eso signifique ni confianza, discreción, o aceptable comunicación.

¿Cuál es el resultado de esto?, inicialmente un absoluto fracaso, el director expone que el viaje místico no es por encargo, no se da por itinerario fijo, no hay netas que a fuerza nos abran los ojos. Viaje a Darjeeling recrea lo que es un viaje de búsqueda auténtico: donde las circunstancias se topan contigo y tienes la decisión de comprometerte o no.

En una mataforización maravillosa, los tres hermanos vagabundos tratan de salvar a otros tres hermanos que tratan de cruzar un río embravecido, y es ahí donde la historia da un giro, es ahí donde el valor de esas vidas sin cohesión empiezan a conformar una nueva realidad.

La cinta de Anderson, a partir de esta metáfora empieza a tener la unidad de todos sus elementos, por medio de simples flash backs es posible ordenar lo que parecía estar suelto. Claro el viaje se tiene que completar, se tiene que buscar a la madre metida de misionera, y que es el pretexto para poner una, a mi juicio, plena integración de todos y cada uno de los momentos la cinta, pero no con un tono santurrón o moralino, sino de integración de las partes, esa visión holista que vemos tan “simpatica” de oriente, pero que como occidentales nos negamos a ceptar.

Viaje a Darjeeling es disfrutable por la fotografía, por la musicalización, por el mensaje de búsqueda, pero sin caer en las tentaciones de terminar en un documental de corte folklórico, tan sólo es una historia en donde Anderson nos muestra lo que es el viaje de los Whitmann, mismos que quedan listos para enfrentar las cosas pendientes que dejaron en sus respectivos mundos.

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