Friday, February 24, 2006

El encanto está en los pequeños detalles

El Octavo día es una película dirigida por Jaco Van Dormael, cinta de 1997, del siglo pasado, si se quiere ver más dramático; sin duda es una de las piezas fílmicas que más me han conmovido, claro, sustentado por haber llorando largas, prolongadas, escenas.

La leyenda promocional de este film dice “ni Dios lo imaginó así”, para los ojos materialistas dialécticos no tendrá mayor sentido. Para gente apegada al dogma quizás sea una falta de respeto absoluta. Tal vez sea una frase más para atraer al público, pero lo cierto es que tiene su realidad con respecto al curso que toma esta historia.

Desde luego que no tenemos la intención de contar la cinta, pero hay detalles a los que es francamente imposibles de resistir. ¿La película es original en cuanto a trama?, no. Se trata de una visión particular en la que se retoma el patrón del Quijote. El loco tiene que entender la mecánica del raciocinio, y para el cuerdo no hay más remedio que aceptar que sin locura no hay motivo para permanecer en este planeta.

Entremos en una breve descripción. George (Pascal Duquenne) es un muchacho con síndrome de down, Harry (Daniel Auteuil) es una autoridad en capacitación de ventas. George está “encerrado” en un internado que la verdad no luce como un lugar terrorífico (de algo tiene que servir estar en el primer mundo); Harry también está preso, pero en sus proyectos empresariales, en las presiones de la eficacia y la calidad total. George está en la búsqueda de su madre, de su familia y de su seguridad; Harry busca en apariencia a su esposa y a sus hijas (escenario de familia desintegrada), pero en realidad es que no las podrá encontrar hasta hallarse a sí mismo.

Bueno, hasta el momento, ¿dónde está lo original que ni Dios lo imaginó así? La cinta tiene detalles como la interpretación del Génesis cuando George cuenta que en determinado día Dios hizo a los aviones, que otro día hizo el viento, que da cosquillas en el cabello, que más adelante creo el pasto, y cuando lo cortamos llora, y tenemos que acariciarlo para consolarlo. Claro, es la mirada de un chico down, es creíble que tenga esa forma tan “chistosa” de ver el mundo (¿de verdad será tan chistosa?), pero algo le falta: una familia, una madre que quiera a George. La solución lógica, hay salir al mundo a buscarla. Un perro, lo acompaña, George no va solo, él es lo más noble de su existencia.

Por su parte, Harry vive atormentado en su domicilio. Una casa que antes tuvo una familia resulta muy grande, muy sola, muy atemorizante. Harry da tiempo a la introspección, a jugar al suicidio, a tomar decisiones como salir en frenética búsqueda de los suyos. Problemas angustiantes requieren soluciones extremas (no por fuerza efectivas).

Van Dormael nos va presentando la vida de un Harry que termina por ser un cliché de sí. Misma rutina matutina, idéntico discurso motivacional, similares respuestas. Harry no está tan solo como George, pero sufre más pues no tiene esa locura que permite enfrentar al mundo que conocemos.

La sucesión de hechos nos pone a Harry en una carretera, es de noche y llueve de manera copiosa, él de nueva cuenta juega al suicida. Cierra los ojos y sigue en marcha, de pronto un golpe seco. Ha atropellado al perro de George. La confusión es el previo a un encuentro que va a guiar al resto de la película. Harry conoce a George.

La cinta no es solo imágenes, también el concepto musical nos lleva al humor, cuando vemos al héroe musical de George (un charro de traje violeta) cantando en los lugares más insospechados, pero también con melodías de diversión, de locura, o de grandes batallas épicas, la música de Pierre Van Dormael es exacta a las emociones de los personajes.

Pero no cantemos victoria, claro que esa convivencia inicial es complicada, incluso tortuosa. George involucra a Harry en su búsqueda, y pese a que este último trata de evitarlo termina siendo parte de la causa, sin darse cuenta que con ello está resolviendo su propia vida.

La sucesión de anécdotas se van dando de manera lógica. George desea unos zapatos y se mete a la tienda a comprarlo. No tiene dinero, pero no importa, los desea. Harry lo tiene que auxiliar. George sufre una crisis por comer chocolate, Harry lo tiene que ayudar llamando al doctor. Hay que enterrar al perro atropellado, Harry debe hacerlo, pero el improvisado servicio necesita de cantos fúnebres, y George colabora con ello. Pero no todos son problemas, también Harry aprende a reír, a hacer cosas locas en la carretera como insultar a los camioneros (hasta que uno de ellos termina golpeando al cómplice Harry, todo lleva su costo).

Conforme avanza la cinta nos vamos involucrando con las fantasías de George. Él puede ver a su madre, charla con ella, recibe consejos y es consolado con una ternura, la verdad, a prueba de insensibles; fantasía, claro, la madre tiene años de fallecida. Pero también se da la oportunidad de ver al charro Louois, cantar en la habitación de un hotel, disfrazarse de ratón para pasar inadvertido, en el cofre de un auto en marcha, ¿acaso hay ortodoxia en la fantasía? George es capaz de imaginar sobre la existencia de los mongoles y sus aventuras a caballo por las estepas asiáticas; pero George también puede caminar sobre una piscina y liderar una fuga al lado de sus compañeros de internado y tomar "prestado" un camión para ir por su amigo Harry. George también sabe hacer acciones concretas y reales.

Es injusto decir el resultado final de esta historia. Lo que sí vale decir en que por momentos los roles se cambian. George es capaz de ayudar y consolar a Harry, así como Harry es capaz de integrarse a la causa de su amigo. Harry descubrirá que no se puede tener una familia mientras no se conozca a sí mismo, mientras no sea generoso, natural, empático, vamos, mientras no crezca como ser humano. George termina por salvarle la vida.

Pero la historia no contiene diálogos o mensajes al estilo “guía para padres”, solo se limita a poner la atención en detalles. Tanta es la confianza del director en su relato que nos regala un minuto con nuestra pareja en el bosque. Solo viendo esta escena se logra conocer a la perfección lo que es la introspección sencilla, claro, sin mayores pretensiones de, como dije, regalarse un buen minuto.

¿Por qué me gusta esta película para comentar?, porque el mundo nos ha enseñado que lo racional, o productivo, lo demostrable es lo que cuenta. Porque nos olvidamos que hay lugares en donde el mejor golpe de suerte que podemos recibir de la vida es que una “catarina” se pose en nuestro brazo, de que se puede caminar sobre el agua, si se sabe cómo (vean la película y me entenderán), de que la gente se puede amar por sí misma y no por ser “normal, tener coche, trabajo y todo”.

Visualmente la cinta tiene su encanto en la simple. No hay grandes efectos especiales, digamos que incluso es la incubadora de la exitosa Amelie, de ahí que valga le pena destacar el trabajo visual de Walter Vanden Ende.

El octavo día es una comedia, es una reflexión, pero sobre todo es la oportunidad de ver una cinta con un buen ritmo, con mucha sensibilidad y que toca las emociones más específicas del ser humano.

Como nota final, la cinta, comecializada por Quality Films, además de haber ganado el premio conjunto a mejor actor en el festival de Cannes, es fácilmente adquirible, ya sea en tiendas de video especializadas, ya sea en tiendas de autoservicio (sí, donde se hace el súper), solo es cosa de saber buscar en las ofertas.

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Friday, February 17, 2006

La pantera 2006, no está tan mal


Tengo deseos de hablar sobre el estreno de la semana, en este caso La pantera rosa, y en verdad que es algo complicado no quedar como desmemoriado o como un amargado que se quedó en el pasado.

Ahora bien, ya había comentado en anteriores ocasiones que gusto del cine diferente, bueno, en eso me mantengo, pero no puedo negar que sentí mucha curiosidad por ver la nueva versión de esta emblemático personaje surgido allá por los años 70. La nueva versión no es mala, incluso sería muy buen referente para que las “nuevas generaciones” (cliché más bien tierno) pudieran verificar las fuentes originales.

La versión de este 2006 tiene las características básicas del inspector Clouseup, un investigador atolondrado, que gusta de presumir el estar siempre alerta, que destruye las cosas con asombrosa facilidad, y que por alguna circunstancia al final se sale con la suya y logra resolver el misterio o el crimen.

El inicio de la película, fiel a la idea original, es con una introducción, claro, ahora es más vertiginosa, tan musicalizada y con movimientos de cámara que más semejan a un video musical que a una cinta. Se expone un crimen y la desaparición de una joya, desde luego, llamada Pantera Rosa. Un “dos por uno” que se explica en solo unos breves minutos (claro, no se puede sustraer la nueva historia de contextualizar la situación en torno al fútbol y un campeonato mundial, queremos suponer)

Una vez planteado el escenario vienen los créditos. Cuando niño disfrutaba la presentación de éstos, era maravilloso poder ver una serie de chistes gastados de toda la vida en donde la esquiva pantera se burla del inspector. Me parece más que correcto que en esta nueva versión se presente en inspector semejante a Steve Martin y no a Peter Sellers (¿quién?, dirían muchos chavitos de hoy).

La historia en adelante es sencilla, Clouseup no requiere más, es la incompetencia de este personaje el que llena la pantalla, se espera alguna caída, una explosión, arrojar algo a la calle para que ocurra una desgracia simpática, en fin. He de reconocer, Steve Martin me parece un buen actor, con muchos recursos, y los demuestra en la cinta, digamos que las quejas irían hacia la dirección.

Me parece que el inspector Clouseup es un personaje con mucha dignidad, ahí está la clave de su encanto. Por ello me parece una exageración ponerle pantalones zancones a lo largo de toda la cinta.

Síntoma de los nuevos tiempos del humor, me parece que los desastres de Closeaup eran tan maravillosos que no necesitaban del chiste escatológico. Sinceramente no me imagino a Peter Sellers en una historia en donde se mete en una habitación a prueba de sonido para echarse cuatro pedos, como que ese estilo no es para el inspector en jefe Clouseup.

Que hay buenos momentos, no se dudan, caídas por escaleras del metro, accidentes provocados a ciclistas, la forma en que pretende dominar la dicción del inglés, el destrozo de un segundo nivel de un hotel, claro, después de ocasionar un cuasi incendio con la respectiva devastación de las tuberías del agua. Sin embargo he de reconocer que no encuentro aun ese momento magistral que hace que en ocasiones una película entera valga por ese instante.

En contraparte, vemos que hay ya descuidos y olvidos que pueden ser menores, pero me llama la atención el desinterés por una cualidad que hizo maravilloso el inspector hace 30 años, el disfraz. Salvo una escena casi al final de la cinta, no se toca ese punto, cuando el personaje inicial hacía gala de buscar alternativas en su presentación, ya sea como un Lautrec, como un marinero con un perico inflable, o de comprar alguna nariz o dientes prominentes para encubrir su apariencia natural.

¿Y dónde quedó Kato?, las memorables escenas de este oriental, sirviente de Clouseup, desaparecen, cuando mucho se avisa en un par de ocasiones que el inspector ataca sin previo aviso para mantener alerta a su asistente Ponton (personaje bastante simpático y bien caracterizado por Jean Reno). Quizás Kato es una de las víctimas de la globalización en donde a los viejos se les llama adultos mayores (o peor, en plenitud) y cualquier giro sexual o racial se toma como una falta gravísima e intolerable. Claro hay toques claros de xenofobia cuando el inspector francés señalaba el tono amarillo de su sirviente al alertarlo para que en ese momento no fuera atacado, y sin ambargo así y todo, era bastante divertido e inofensivo.

Clouseup y Kato es como ese sueño que mucho tenemos de poder entrar a una casa y dar rienda suelta a una violencia que al menos por mucho tiempo era divertida, el sueño de poder destrozar una habitación, de romper puertas, paredes, de terminar manchados de pintura, vamos, todos esos impulsos destructivos que quizás ahora son tan políticamente incorrecto, pero que hace 30 años eran en verdad disfrutables.

Detalles como un policía obsesionado en tener una noche de gozo con una bella mujer no es el estilo de Clouseup y no por dudas de su virilidad, sino porque simpre terminaba ligándose a la chica de la película, era un imbécil, pero un imbécil muy sexy para las damas, al menos antes. Ahora la necesidad de basar el humor en poder y sometimiento se refleja en una pastilla de viagra que promete a nuestro nuevo investigador poder cumplir con ese sueño que parece ya ser global.

No hay que olvidar el detalle de cómo el inspector en jefe queda enamorado de la hamburguesa; me parece un aviso de que finalmente el productor le recuerda al público quien puso el dinero. Suena poco lógico que algún ciudadano occidental, vamos, y más del primer mundo, nunca haya probado una hamburguesa. De acuerdo, justifica un momento de la cinta para poder develar el misterio del robo de la Pantera Rosa y del asesinato.

El final es predecible, ¡y que bueno que lo es así, tampoco se va a sufrir por este tipo de películas!, se da un recuento de los hechos al más puro estilo inglés de Miss Marple, es decir, un relato cronológico (con todas las cámaras de TV, of course) donde todos los implicados están en la misma sala. Se entiende, hay que ordenar el rompecabezas.

Conclusión, Clouseup soluciona el problema, ocupa un lugar que quien lo conozca no sabe como ha llegado ahí, y menos cómo se habrá de sostener, pero bueno, es en el cine donde se deben contar ese tipo de historias que en la vida real y diaria no indignan tanto.

La cinta, reitero, tiene sus momentos, busca hacernos pasar un momento divertido, no olvidemos algunas versiones ochenteras sobre el mismo personaje, en una de ellas con un personaje como Roberto Benigni, que pasa, me parece, por nieto de Clouseup (¡!), es decir, esta nueva versión, para ser honestos no es mala, solo es para seguir reconociendo que un talento como Peter Sellers merece seguirse siguiendo en sus “pistas”.

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