Monday, October 29, 2007

La importancia de la página a tiempo

Denis Dercourt es un licenciado en filosofía y doctor en ciencias políticos, entre otras de sus habilidades es ser solista de viola y maestro de música cámara en el Conservatorio Nacional de la Región de Estrasburgo desde 1993, y ahora salta a la notoriedad como guiniosta y director de la cinta La cambiadora de páginas.

La cambiadora de páginas, a la vista de estos datos biográficos, se revela como un tipo de biografía del director, o al menos como involucrado en experiencias similares. El film inicia con un relato directo donde podemos ver a Melanie (Déborah François), una niña con la aspiración de entrar en un conservatorio para poder cristalizar su sueño de estudiar para concertista de piano. La secuencia se marca fácilmente: la niña tiene clara su meta, pues es hija de un carnicero parisino, es decir, proviene de una cultura de esfuerzo, no de un entorno de fácil acceso a los lujos.

Todo marcha bien en su examen, es dueña del escenario, impresiona de inicio a sus sinodales, pero en uno de esos giros del destino de pronto todo juega en su contra. Una de sus examinadoras se distrae del recital por firmar un autógrafo. Melenie pierde concentración, pierde ritmo, pierde todo, y simple y sencillamente, la oportunidad de su vida se ve resquebrajada.

Melanie lo tiene claro, su sueño acabó, la ira y la decepción se apoderan de su destino, ella no ve en el piano un pasatiempo, no es como la tropa de niños que dicen que perseguirán su sueño el tiempo que sea necesario. No, Melanie cierra su piano, guarda sus fetiches musicales, ha cerrado la página de su vida por la indiferencia y poco respeto de un sinodal que sólo vio a una estudiante como ve a muchas más.

El tiempo pasa, y Malenie es una chica agradable, guapa, serena, dispuesta al trabajo, tiene la prudencia de hablar poco y demostrar fácilmente su destreza en un despacho donde realiza sus prácticas universitarias. Lo interesante es que esto es parte de su plan de venganza contra la concertista. Para explicarlo fácilmente, y sin que sea chisme, ese despacho donde Melanie trabaja es del esposo de aquella sinodal que se distrajo de su interpretación por firmar un autógrafo.

Claro, lo sencillo al plantear la palabra venganza sería el gastado estilo de que la chica entre a la casa de “la mala”, y haga una carnicería con su natural antagonista (se podría justificar siendo hija de carniceros), pero no, hay indicios que hay que respetar, y por lo tanto mover la venganza más a la sutileza. Se necesita de un motivo, y la dirección lo arma con sencillez.


Melanie obtiene la llave de entrada a la casa de Ariadne (Catherine Frot), con el pretexto de cuidar y atender al hijo de ésta. De nueva cuenta uno puede suponer que la venganza será con la vida del hijo, sería la forma directa de quitarle su vida a Ariadna, así como a ella le robaron su proyecto de vida. No, hay que seguir buscando.

La historia, a medida que avanza, va creando vínculos más fuertes entres Melanie y Ariadna, las dos son mujeres, la música es un tema en común, y ambas son susceptibles a la presión del entorno, Melanie lo demuestra en su examen siendo niña y Ariadne por haber perdido facultados en un accidente vial años atrás.

Denis Dercourt, deja en claro en su relato que las cuentas se cobran en igualdad de circunstancias. Paulatinamente vemos a una Ariadne que empieza a depender más de Melanie, no como “niñera” sino como confidente. Ariadne tiene en puerta una serie de compromisos con los que pretende recobrar la fuerza de su carrera, muy en el fondo desea conseguir las cosas por su esfuerzo y no por el apoyo de su esposo (así como Melanie rechazó el que su papá le pagara clases particulares de piano).

De manera clara y directa, las acciones se centran en esta deliciosa joven que tiene la facilidad de pasar la página para Ariadne durante los ensayos de su grupo de cámara, una habilidad que no es tan sencilla, más bien es algo que implica talento, sensibilidad, coordinación, una especie de conexión emocional entre intérprete y asistente.

Por medio de un juego semejante al buen jugador de ajedrez, Malanie mete a Ariadne en su juego, tiende una trampa que pasa por lo lógico, por la sensualidad, por el juego de las emociones, tratando de dejar a la víctima en su propio infierno, ese infierno en el que Melanie ha vivido desde que Ariadne le introdujo en ella.

El juego psicológico y de las apariencias llena la pantalla, no hay grandes demostraciones de emociones, de gritos, de escándalo, más bien todo vive a nivel interno de los personajes. Eso hace que La pasadora de páginas sea atractiva.

Al final Melanie se verá liberada, cobrando lo justo, algo así como un moderno Shilock que sí logra obtener su libra de carne exacta de Antonio, el mercader veneciano. No hay mayor pretensión, no está oculto el deseo de Melanie, el punto es la forma de lograrlo, sin sangre, sin gritos; Dercourt busca dejar ese sabor en el espectador en que se ansía la venganza, pues presenta este platillo frío, bien frío, casi obligando al cinéfilo a sentir que la venganza es un sentimiento noble, ¿o no lo es?

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Sunday, October 28, 2007

Una nueva visión de María


De verdad que los distribuidores de películas en México no tienen solución. Se empeñan en poner nombres atractivos porque hay que engrosar la taquilla, pero nunca se ponen a pensar que malacostumbran a las víctimas, digo, a los incautos que sólo se guían por el nombre que les dan a las cintas.

Hace pocos días me “lancé” a ver el espectacular (por nombre) El evangelio prohibido. Ver la sinopsis me llamó la atención, hasta la fecha no me ha decepcionado cinta donde aparezca Juliette Binoche. Lo simpático fue cuando vi en la sala a cuatro pubertos armados con sus celulares, sus bromas, refresco de “onda joven" y sus palomitas. Sin duda estos chamacos esperaban ver explosiones, algún alien, o por lo menos una escena de sexo explícito, pues por algo se trataba de un evangelio prohibido.

La historia, dirigida por Abel Ferrara es de tinte documental y de ficción. Ted (Forest Withaker) es un periodista que dirige un programa de análisis, el tema abordado a lo largo de la cinta es analizar el peso y papel del Jesucristo como dogma que guía a la mitad del planeta. El origen de la disertación es la inminente premier de una cinta que explica la vida de Jesús, claro, desde un punto de vista, digamos, alternativo.

Ted es un hombre exitoso, algo así como el Larry King de la historia, su programa tiene peso en la opinión pública. Mientras se desarrolla la documentación, reflexión y peso filosófico de Jesús se van intercalando fragmentos de lo sería la película en cuestión, ¿cuál es el interés?, Ted se involucra cada vez más en la investigación, lo que lo lleva a descuidar a su esposa, próxima a dar a luz. Es ahí donde se mezcla la ficción, el caso particular que puede encajar muy bien en lo frenético del mundo.

Pero no basta con este escenario de búsqueda de Jesús como mito, o de Ted como persona en conflictos personales. Es aquí donde el al gusto de poner un título “espectacular” distrae la misión de la película. Maria es el nombre original del film, pues el real personaje central de la historia es María Magdalena, la prostituta redimida, la posible amante de Jesús, o más interesante, la posible discípula (la máquina no me marcó error, así sea) de Jesús.

María Magdalena es representada en la ficción de la película a estrenar por Juliette Binoche, y en la realidad de la película también se llama María, y es tal el grado de integración con su personaje que esta María del siglo XXI inicia una búsqueda de sí misma internándose en la siempre mística Jerusalén.

A medida que avanza la historia tres dilemas se van identificando con claridad: la vida de Jesús es un enigma que fascina al estudioso; Ted ha entrado en una espiral donde llega al cuestionamiento de todos sus valores como ser humano; y la forma en que la sociedad del siglo XXI tan abierta, tan lejos de atavismos, tan distante de moralismos, reacciona de manera virulenta ante la interpretación de los temas más “sagrados” que ignora en lo cotidiano.

Si bien es cierto que la película no es precisamente la mejor contada, me parece que sí tiene elementos interesantes que lo mantienen a uno es la sala por espacio de hora y media. Claro, este punto de vista no lo podrán compartir los cuatro jóvenes de los que hablé al principió, pues dejaron, descepcionados, la sala cuando estaba a la mitad la proyección.

María (para usar su nombre original) expone lo que mucha gente se niega a aceptar: cuando estamos sujetos de un clavo ardiente sólo queda implorar por la ayuda divida en lo que termina siendo un viaje interno de purificación. La catarsis de Ted al ver que esposa y su hija (recién nacida) están por morir sólo puede ser entendido por quien ha sentido su vida cerca del abismo (la muerte no es el único abismo) y no hay más que bajar la guardia, suplicar y tratar de “negociar” con la divinidad a cambio del favor recibido.

Veámoslo de nueva cuenta, de no ser por la fe, ¿podríamos encontrar motivos de alegría en el mundo enfermo y esquizofrénico en que vivimos?, ¿es posible tener esperanza cuando vemos a un líder que anuncia una guerra mundial, pero que en caso de darse va a estar en su bunker a cientos de metros de la superficie para su seguridad?, y así pueden seguir los ejemplos, y me parece que la misma tablita de salvación sigue siendo la fe en algo superior.

Maria es una buena oportunidad de volver a tomar conciencia de que no importa bien a bien en qué creer, es muy posible que esa pregunta sea insignificante, siempre y cuando se haga el viaje al interior, ante el único al que no podríamos mentirle, que es nuestra propia conciencia. María recuerda la introspección que es posible en cada persona como una oportunidad latente de tener más equilibrio, de ver al mundo desde otra perspectiva.

Probablemente María no tenga la mayor cantidad de aciertos, empezando por el idioma, pues es muy incómodo escuchar a la siempre bella Binoche hablando en inglés, y que la trama pueda caer en el posible “chantaje emocional”, pero aún así me parece una cinta entretenida que usa con precisión sus 86 minutos. Sólo una sugerencia para los distribuidores de películas (hay que tener la actitud y esperanza de que alguno me lea): no abusen para poner títulos, no todo es loco, explosivo o prohibido como en Hollywood, no pongan trampas de taquilla.

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Friday, October 26, 2007

Una historia feminista con rostro masculino


El universo femenino, por naturaleza, es complicado, cualquier sujeto que haya tratado de comprender la mente de una mujer entiende que un tratado de física cuántica es más simple.

En el caso del cine me ocurre algo similar. De manera directa, podría decir que en los 10 años que tengo de ver sistemáticamente cine encuentro honrosas excepciones: La vida sin mí, de Isabel Coixet; Sexo por compasión, de Laura Maña; A corazón abierto, de Susane Beir; por ahí existe una comedia alemana llamada Nadie me quiere, de Doris Dörrie; y bueno, pues esta semana se integra una más de estas excepciones a la lista: El favor, Eva S. Aridjis.

Aún así, El favor tiene algo especial, que igual por mi profunda ignorancia me exhibo, pero de todas formas lo voy a escribir: es cine feminista donde el papel central es masculino, sin que ello implique situaciones de homosexualidad.

Lawrence (Frank Word) y Caroline (Peige Turco) fueron pareja de juventud, novio de preparatoria, y en un breve flash back se expone la situación: la joven pareja está por separarse para irse a estudiar a universidades distintas. La promesa de amor eterno y el deseo carnal se conjuntan en una sola noche. Lawrence asegura que desea a Caroline como su mujer para siempre y Caroline es la que tiene la hormona desbordada. Francamente me parece una audacia de la directora el cambiar los roles afectivos y emocionales.

Sí, el tiempo pasa. 25 años después vemos a un Lawrence ya abordado por los años, calvo, sin su fina figura, vive solo, su única compañía es una perrita Lucy (perra se oye brusco) que bien puede ser la representación de Caroline. Es un fotógrafo de mascotas (todos hemos sido tentados por esa frenética y emocionante profesión) y también toma las impresiones de los detenidos en la cárcel local. La vida de Lawrence es una perfecta y gigantesca x.

Caroline, en la línea opuesta, sigue siendo una mujer atractiva, una madura ejecutiva que regresa a la ciudad de origen por la enfermedad de su padre (Alzhaimer), y bueno, ya divorciada del patán con el que concibió un hijo (¿que mecanismo perverso tendrán las mujeres para dejar al noble, casarse con el patán y terminar regresando para decir: la verdad siempre supe que el noble era el indicado?).

Lawrence es un sujeto tierno, hogareño, limpio, metódico, sereno…, bueno, que bonita mujercita sería. Lo fácil para una dirección emocional sería poner un reencuentro con Caroline, echar frases cursis, y después de algunas situaciones cardinales poner que el amor triunfa, que se da el amor en el otoño, o mejor aún, que por sus estilos de vida descubren maravillados que por 25 años creyeron una monumental mentira de amor.

No, la vida va a dar un giro diametral, partiendo del accidente más absurdo, más inverosímil, de esos que abundan cada día si nos ponemos a ver con atención nuestro alrededor, por lo que Lawrence termina siendo el tutor del hijo adolescente de Caroline: un auténtico gandul que no habla, que anda en su universo, que está chico para ser adulto y grande para ser niño: irresponsable en la escuela, con actitudes autodestructivas y con deseos de libertad económica y emocional (adicción a las drogas, pues)

Aquí viene otro acierto de la Aridjis, la relación de Lawrence con su nuevo “hijo” no está cargada de frases heroicas, no hay expresiones lapidarias, no hay meta conceptos (¡que palabras me apunto!) para dejar la moraleja en el cautivado espectador. No, la relación es fría, incomprensible, de notable incertidumbre de qué hacer. Ambos son dos extraños que tienen una pérdida en común. La ausencia de Caroline los ha metido en una misma casa y ninguno de los dos está preparado para la convivencia, ya no digamos para ternuras y afecto de familia.

En este entorno es que Aridjis empieza a entretejer temas afines, esos vínculos que hacen a la gente recapacitar de a dónde va la vida, del impacto de nuestros actos, vamos, de que a este chico gandalla le quede la certeza de que lo que hace tiene consecuencias. Reitero, no encontré en los diálogos de la cinta frases de exagerada ternura, para ello se encargan los movimientos de cámara y la musicalización, que sin ser elementos excepcionales llenan esos huecos de la estructura narrativa.

Varios momentos y catarsis irán moldeando esta relación de dos desconocidos. Lawrence admitiendo que ese chico es, finalmente, la oportunidad de tener ese hijo que nunca pudo tener con el amor de su vida; para el chico, descubrir que Lawrence es la mejor (única) opción si es que quiere hacer algo de su vida, tomar compromiso por algo o alguien.

El fin de la cinta sí tiene dos momentos emotivos, sí, hay que dejar salir esa lágrima, esa emoción cuando los dos protagonistas de la historia, luego de la crisis descubren que sólo tienen a ellos, y donde un moviendo largo muestra en la calle la oportunidad, el destino que puede salvar a un chico desorientado: una chica.

Es necesario ver El favor, es obligatorio dejarse lleva por una historia sencilla, pero bien contada, al menos eso me parece. Que las dos horas en la sala de proyección sea del agrado de mis cuatro lectores.

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