Tuesday, July 31, 2007

Una mecánica que continua funcionando


Tan gratificante resulta ver una historia cinematográfica inteligente que hasta se puede perdonar el doblaje de ésta, incluso parece que se eleva el nivel de la voz ajena a la original. En este caso La naranja mecánica, dirigida por Stanley Kubrick, basada en la novela del mismo nombre de Anthony Burgess, logra que el horario nocturno se vuelta un auténtico deleite.

Alex (Malcolm McDowell) es un gañan que vive entre el mundo burgués y sus trapacerías donde exalta la ultraviolencia. Por medio de la narración de este protagonista se va dando cuenta del proceso de degradación o exaltación humana en sociedad. Alex encabeza un grupo de jóvenes drogadictos, pero no para hacer dinero o liderar un cártel, es más bien su búsqueda de poder, de dominación, de superioridad sobre los común y ordinario.

A lo largo de la cinta, Kubrick plantea visualmente a la sociedad que vivimos: con dominación sexual, el sometimiento a fetiches e imágenes fálicas, gobiernos que actúan como gran hermano, de negaciones de la realidad, de gozo en medio de la tecnología, en suma, del desastre que somos como sociedad, el datelle es el toque personal con que lo narra.

La historia de Alex es aderezada por juegos de tiempo, la deliciosa cámara lenta con que Alex reprime a sus amotinados droguitos, el juego de luces y ambiente en la tienda de discos donde Alex invita a un par de chicas a su departamento, desde luego la escena de ese trío fornicando al ritmo y velocidad de la obertura de Guillermo Tell (sí, la famosa melodía del llanero solitario). La cinta es amena en lo visual, en la propuesta crítica y en la musicalización (una delicia todo el soundtrack).

Sí, es un delincuente que lucha por mantener su estilo y estatus ante su grupo. La violencia que despliega le hace ganar el desprecio de sus compinches. Sus excesos hacen que ya no sea tan divertido golpear, violar y abusar de los demás. Los droguitos ponen la trampa, sabiendo que Alex no va a resistir la tentación de abusar de la fuerza. El asesinato está rondando la vida de Alex.

Los excesos de Alex, como es de esperarse, lo dejan como un habitante más del sistema penitenciario. Ahora bien, hablar de la degradación de Alex dentro del sistema penitenciario es limitado, creo que sería perder de perspectiva la obra de Kubrick, Sí, es cierto, Alex cae en la cárcel, y esta micro sociedad es terreno fértil para un director que expone el vicio del sistema , donde el contraste se logra por medio de la brutalidad del mecanismo judicial, por medio de la vulgarización del mensaje religioso que busca que todo aquel "hijo de puta" que cae en esos lugares logre la redención futura, no su estilo de vida.

La implementación de nuevas “técnicas” de readaptación (cualquier método para que el sujeto no delinca) dejan a Alex a merced del la nueva estrategia. Si Alex exaltaba la ultraviolencia ahora vivirá en la no agresión. La pasividad del protagonista no vendrá por libertad del espíritu, ya no digamos reflexión de hechos: se da por la exposición a la violencia y su asociación con su antítesis: la melódica presencia de Ludwing van Beethoven, claro, además de las consabidas drogas que estimules la nausea y dolor ante cualquier tipo de violencia.

Sí, Alex es tomado como un modelo de superación, algo así como el triunfo de un nuevo modelo social. Está listo para ser sociable. Sin embargo el presa del pasado, sus padres han rentado la habitación de Alex, la sociedad que antes era violentada por el joven criminal ahora es quien lo denostado, la autoridad policíaca ahora es nutrida por su anterior banda de rufianes (vamos, como los porros que luego terminan de representantes populares).

La programación de respuestas, la inducción del miedo, el uso de figuras para justificar los aciertos del gobierno, el gozo conductista de la sociedad, donde ésta termina aborreciendo a lo que ella misma construye. ¿Acaso Alex no será un producto del entorno, de la cosificación, de la individualización del sujeto, todo ello para justificar planes de readaptación?, ¿personas como Britney Apears, Lindsay Lohan, o quienes vengan, no son un actualización de Alex, “personalidades" que la sociedad de consumo encumbra y después abandona por ofender sus escrúpulos?

Se me ocurre imaginar que la novela de Burgess identifica esa mecanicidad en donde el sujeto no encuentra más expresión que una violencia ciega que destruye a su propio creador, tal vez los Alex que destacan son el mostruo que trata de estrangular a su doctor Frankenstein.

Haber visto La naranja mecánica fue gratificante, y a la vez deja algo perturbador en la imaginaria: ¿qué hace que siga siendo tremendamente actual, vigente, incluso proyectiva?

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Sunday, July 29, 2007

El héroe y su epopeya


La narrativa rusa es muy particular, no se anda por las ramas, me parece que rara vez cae en terrenos comunes, gusta de plantear los dilemas en los que vive el ser humano. El pequeño Vania, cinta dirigida por Andrei Kravchuk, es uno más de esos casos, lo que hace que la cinta sea sencillamente extraordinaria.

Vania es un niño que de seis años que vive en un orfanato y ha sido elegido por una pareja de italianos para que sea su hijo. Es por medio de este escenario que se exponen dos ideas centrales: todo el orfanato trabaja para el nuevo elegido que asciende al rol de héroe, pues va a poder salir de ese mundo sin futuro, sin suerte, sin nada alentador; todo ello rodeado por el cascajo de lo que fue el orgullo del imperio soviético (una percepción que cualquier globalizador negaría). Sí, Vania se convierte es el pequeño bendecido por la suerte y como tal no debe de rechazar ese golpe de abundancia, de lo contrario su destino será la delincuencia juvenil, en el más cercano destino.

Contrario a lo que pudiera pensarse, la historia de Vania (Kolya Spiridonov) no busca el chantaje sentimental, no es un niño metido en grandes sufrimientos, nadie abusa del él, no está en escenas cargadas de sentimentalismo, Vania es un niño que forma parte de la célula productiva del orfanato, es parte de la maquinaria con que los más grandes obtienen dinero, ya sea por servicios en gasolineras, o por prostitución, que es el caso de una de las chicas del grupo.

Todo va perfectamente, el grupo festeja que uno de los suyos tenga mejor destino, que se pueda ir y deje atrás toda la miseria. Ser adoptado es tanto como garantizar el éxito en la vida. Sin embargo son los fantasmas del pasado los que despiertan la curiosidad y deseos de otras opciones en nuestro infantil héroe.

La búsqueda de uno de los niños ya adoptados por parte de su madre detona el sentimiento más básico de Vania: encontrar a su madre. Por escasa que sea la posibilidad, para Vania vale la pena dirigirse a su origen, claro, esto se mueve más cuando algún otro niño le dice: no te preocupes, pronto vas a tener una nueva madre. En la lógica del héroe no tiene esto sentido.

El proceso en que va germinando esta escapatoria para la conquista de su meta no es gloriosa, no es exaltada, más bien es la un niño de 6 años que no sabe bien a bien por dónde empezar. Tal vez sea robando dinero poco a poco al líder del orfanato (algo así como el que padrotea a los demás), tal vez sea aprendiendo a leer, quizás sea escapando, ¿pero cómo?, el héroe necesita de guías. La primera surge de una de las chicas del orfanato (la que se prostituye), es quien le pondrá en el tren que lo llevará a la ciudad de su primer orfanato y así poder tratar de encontrar a su madre, es a partir de ahí que empieza la epopeya del héroe.

Notable acierto del directo es que el chico siempre esté abrazado a un cuaderno, como si fuera su antorcha en medio de las tinieblas, la búsqueda de sus aspiraciones son metaforizadas por el cuaderno, es su guía, es la fuerza de la volunta a la que se sujeta, la que no permitirá que desfallezca hasta llegar al final de su cruzada.

La astucia, el saber acomodarse al lado de los adultos, cubrir al compañero en desgracia, como diría Clavillazo: “vivillo desde chiquillo” es lo que hace que Vania vaya cruzando este mar de adversidades. Claro, la persecución de quien pierde dinero con la adopción frustrada es constante, y es lo que hace que el héroe tenga que aplicar el máximo de sus breves capacidades.

Es en la ciudad donde Vania conoce la generosidad casual o la maldad más premonitoria. Gracias a ayudas incidentales Vania llega al orfanto original, donde su madre lo abandonó a su suerte, pero el héroe es tal por enfrentar su destino, y es ahí en donde empieza la verdadera prueba. Casi es atrapado por sus perseguidor (el gandul que trabaja para la mujer que contacta a los padres adoptivos), pero el destino le tiene la sorpresa de que es defendido, de manera indirecta desde luego, por unos jóvenes con quien se cruza en su huída.

El camino del héroe en apariencia está despejado, aclara todas las dudas sobre el destino de su madre y es cosa de esperar a que amanezca. Pero falta el clímax para el joven héroe. En su camino definitivo, sin atajo posible, se topa de nuevo con su perseguidor, y cuando esto llega a lo más intenso, cuando no hay salida, el héroe demuestra que está listo para pelear, para enfrentar a sus demonios, a gritarle a quien sea que está dispuesto para la batalla, pues tiene la razón de su lado, escena magistralmente coronada con una lluvia que confirma el bautizo, la purificación, Vania personifica su propio sacrificio para que surja el nuevo Vania. Sí, es una escena maravillosa, que conmueve, y no deja más elección a fiero y deslamado perseguidor que dejar a nuestro héroe enfrentar su destino, pues se ganó con todo derecho su nueva vida.

En el final, claro, hay que llorar un poco, hay que dejar que los ojos se humedezcan, pero no sólo es por que el niño ha logrado su meta, es porque el héroe llega al final de su epopeya demostrando que tuvo la voluntad, la fuerza, el talento, a su favor, que jugó sus cartas, se arriesgo y en ello confirma la renuncia de la vida prediseñada que iba a recibir por un destino que se gana a pulso.

Andrei Kravchuk, nos regala en El Pequeño Vania una historia donde deja que su héroe gane su independencia, su espacio, pero no pone más que lo justo, la musicalización es maravillosa, simple, como un murmullo de piano (quien haya visto el decálogo de Krzysztof Kieslowsky sabrá de lo que hablo), donde las imágenes te proyectan ese orgullo acabado del otrora reino comunista, y en ello surge un héroe que da dignidad a lo más elemental del ser humano.

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Wednesday, July 25, 2007

Una buena historia de amantes


¡Hay tantas cosas que pueden pasar antes de que inicie una película! Vas a cambiar tu tarjeta de cliente frecuente, así lo pides y el muchacho que te atiende te quiere vender el boleto (es decir, me oyó, pero no le importó); vas a comprar un dulce que corte el antojo de comer algo y te tardas 10 minutos por las eternas y despistadas vueltas del vendedor (es decir, la gente goza haciéndose bolas); por estar en la fila escuchas a los de adelante decir que Tranformers es una excelente película, tan “padre” como duro de matar (es decir, el plástico ha vencido al discurso fílmico); y por si fuera poco, la película inició con un retraso de 15 minutos, eso sin contar los, al menos 14 anuncios que nos endosaron (es decir, todo puede pasar de manera secuenciada).

¿A qué viene toda esta queja?, a que todo quedó saldado al poder disfrutar de una buena película. Apenas hace unas semanas decía que el cine italiano es irregular, bueno, la revancha llegó, ahora sí hay una buena cinta italiana en cartelera: Un amor italiano.

¿Dónde están los méritos de Un amor italiano? La historia se centra en la Italia de 1936, es decir, en las postrimerías de la locura de la segunda guerra mundial. En un tren, que es la metáfora del avance, de la trasmisión a lo largo de toda la cinta, donde vemos a un sujeto bien parecido, de sonrisa seductora y finos modos, es Giovanni, (Stefano Accorsi) que sin el mayor recato pasea por los pasillos del tren en busca de alguien que corresponda a sus encantos.

El encuentro ocasional con una mujer en al tren va desarrollando la historia, no se dio cuenta de que esa mujer en cuestión era María (Maya Sansa), digamos que el gran amor de Giovanni. Es hasta que regresa a la casa de María, como una visita social a verificar su pasado en que cae en la cuenta de que esa chica del tren era María, claro, ya no era rubia, ahora es de castaña, pero en el fondo sigue siendo María.

Es por medio de este pequeño ajuste que la relación de María y Giovanni reinicia, de nuevo regresan al camino de los amantes, de las calles oscuras, de las confidencias en apartados lugares, del amor entregado en la playa desierta o en el bosque brumoso, ¿cuál es el tino de esto?, que no hay frases cursis, no hay juramentos absurdos, Giovanni no va a dejar a su esposa ni a su hija, María seguirá siendo esa amante tan fiel pero que no pasará de ahí.

A lo largo de la cinta, dirigida por Carlo Mazzacurati, se va haciendo un recorrido en donde de nueva cuenta la costa mediterránea es el testigo y confidente de la historia de estos amantes, de sus entregas apasionadas, de sus regalos costosos, de sus enojos, bien expuestos en la lógica de la pasión latina, en los gritos, en la violencia, sólo para terminar aceptando que pese a todo se terminará uno al lado del otro.

La música, a lo largo de la cinta es un acierto, es un compañero, tiene el tono melancólico que adornando a una Italia que paulatinamente se acerca a la imbecilidad del conflicto, el primer detalle es el alistamiento de Giovanni en el ejército por la campaña en África, pero eso no ciega a la historia, el orden superior sólo contextualiza la historia de los amantes, sus acercamientos y sus lejanías, su dependencia, más allá de formas y convencionalismos sociales, vamos, ¿Quién no ha sido protagonista de esas historias que saben a gloria y se ven como estupidez por culpa de una mujer?

¿Otro acierto de la historia?, Giovanni es un hombre casado, pero sólo hay una escena donde se ve a dicha familia reunida, claro, celebrando el cumpleaños del hijo y con María frente a la pastelería, donde de súbito cobra la dimensión del lugar en que siempre permanecerá.

¿Por qué un acierto?, porque me parece que el director no cayó en la tentación de hacer participar a la familia de Giovanni con diálogos, eso implicaría tener que diseñarles su propio universo, sus angustias, sus problemas, donde es fácil caer en los chantajes emocionales, donde se puede abusar de la miseria del abandono, en el tono moral hacia el protagonista. La familia está ahí, con una sola imagen queda claro su papel, su peso y su presencia para los fines del relato.

La historia avanzará, y en lo que no resiste el director es a poner un escenario que cada vez se cierne sobre Giovanni y María: la guerra mundial. De nueva cuenta se va a exhibir la locura de la humanidad en donde las élites deciden sobre la masa, donde las élites meten en su locura a la vida de quien no tiene más elección que defender a la patria que dichas elites han jurado defender con la sangre del pueblo.

De primera instancia me pareció un exceso del director al poner escenas de esa demencia cuando ya las imágenes previas avizoran la tragedia, pero el diálogo que tiene Giovanni con María y con un boletero del tren hacen que la cinta, a mi juicio, concluya vigorosa, pues queda de manifiesto esa pujanza europea que ha hecho que siga siendo un polo dominante de poder y estilo para todo occidente.

Un amor italiano es una cinta muy agradable, de mucho valor cuando en las salas aledañas la atención se centra en magos y máquinas que cobran vida para defendernos (¿?), de cada uno de los pasajes, invitamos al cinéfilo a que los vaya descubriendo las sutilezas del mensaje.

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Friday, July 20, 2007

Jugando en el terreno de los jóvenes


Para asombro de mis cuatro lectores, en esta ocasión voy a enfocarme en una cinta que ya antes había capturado me atención, sólo que ahora sí la pude ver completa. No, no la vi en cine, tampoco la he encontrado en algún video club, pero no puedo negar que me atrapó en su poco más de hora y media de duración.

La cinta en cuestión es La fuerza inútil, producción mexicana que contó con el guión y dirección de Carlos Enrique Taboada. Es muy posible que no sea cotidiano el nombre de este director, aunque si nos remitimos al reparto, donde aparecen nombres como Rafael Baledón, Macaria, Fernando Balzareti, Verónica Castro, Blanca Sánchez, entre los que pude ubicar, bueno, la cosa ya cambia un poco. No serán los mejores actores que hemos visto en México, pero de que nutrieron la tropa de actores en las telenovelas no hay duda.

La sinopsis de la película dice que se trata de una historia donde un hombre mayor se integra a un grupo de jóvenes para aprender a conquistar muchachas. No quiero pecar de odioso, pero quien puso eso no entendió la cinta, vamos, creo que ni la vio.

Sí, Rafael Baledón (el Profe) es un “ruco” alivianado que da hospedaje a un grupo de jóvenes de la onda (estamos hablando de 1972) que terminan su farra frente a su domicilio. Es llamado el Profe porque es un estudioso de los insectos, además de ser un hombre grande (¿les gusta de 55 años?) y que para los chavos es el perfecto modelo del burgués que ya no tiene nada que ofrecer al mundo: clasista, arquetípico, con ideas del siglo pasado.

Es en este escenario en donde Taboada empieza a el recorrido de su hipótesis y propuesta: los jóvenes de la época ni querían ni buscaban el cambio, poseen tantos escrúpulos como los ancianos que critican, además de pregonar un tiempo y modo de cambio que ni ellos sabían bien a bien cómo lograrlo. ¿Este prototipo de juventud ya estará superado?, me inclino a pensar que no.

¿Qué es lo que va ocurriendo a lo largo de la cinta?, El Profe se va adentrando en el mundo de los jóvenes paulatinamente, va a sus fiestas, organiza las propias, danza con ellos, los invita a que sean libres, auténticos, locos, naturales, congruentes con lo que dicen pregonar. Con un sentido crítico diríamos que es la inspiración para la marca de café instantáneo que exige a los jóvenes a que vivan “cool” (aunque también tenga su café para el “adulto contemporáneo”).

¿Dónde está lo interesante?, en que no existe reclamo moral del “ruco”, serán los jóvenes los que se sientan abrumados al ofenderse de que él viva y exija congruencia en sus juveniles amigos. El Profe se vuelve una especie de serpiente en el jardín del Edén de la muchachada. Seduce a cuanta chica tiene a su alcance, pero siempre con el deseo científico de la observación.

Lo que afirmo lo sustento porque a lo largo de todo el discurso de este hombre maduro nunca se percibe un tono de reproche a la ligereza con que aparentemente se dan al amor las chicas, nunca hay un consejo sabio para que los jóvenes vivan con recato, es más, se podría decir que se vuelve esa conciencia de la juventud que los mueve a ser irreverentes, a buscar su supuesto rompimiento de moldes.

La historia trascurre por la seducción, por el lance sexual libertino, por el debate de las drogas, por el abuso del alcohol, por la trivialización del honor, se trata a la muerte, al materialismo, a la orfandad emocional; la historia se centra en jóvenes que nunca interactúan con sus padres, pero no lo necesitan pues el escrúpulo y la moralidad ya la tienen lista para relucir cuando se acercan a los linderos del auténtico rompimiento de moldes sociales que dicen practicar.

Me parece que uno de los momentos más interesantes de la historia es el juego de los estoicos, en donde se llega a la cumbre de la materialidad, donde todos los participantes tienen que dar lo que más quieren en la vida y sobre ello aceptar la consecuencia de sus actos. Es ahí en donde el Profe dará su cátedra de lo que es el mundo actual, este juego, este pasaje, es el que revalora y actualiza la historia, al menos hasta que de verdad rompamos los “viejos moldes”.

¿Dónde radica la trascendencia de la cinta?, para ser honesto, ignoro si el guionista director en verdad deseaba trasmitir ese discurso, si lo vemos en perspectiva, el cine de los 70 se especializa a hacer ver a los jóvenes como animales, como locos, como inadaptados que al final sufren el castigo divino por sus atrocidades; en La fuerza inútil no ocurre eso, más bien la propuesta es exhibir la mentira en que vive la juventud que siente que reinventa el mundo con la base de los escrúpulos más conservadores.

Completemos la idea de la actualidad: tomemos el ejemplo mediático y fenómeno de Rebelde, un grupo de alumnos (bastante descebrados) que van contra las reglas, que quieren un mundo sin ataduras, fresco, dinámico, que no tenga nada que ver con lo viejo, pero que en el capítulo final concentra la atención en una boda y todo los valores semánticos que contiene, que juran un nuevo orden y terminan haciendo un recorrido en un salón de clase donde la que dirige su discurso a la manada es la líder autoproclamada. ¿La fuerza inútil es profética sobre la visión de esa juventud de plástico, sin identidad y sin búsqueda de nada nuevo?

Probablemente Carlos Tabeada es una víctima del sistema, pues si se revisa su filmografía se puede ver que va desde cintas como Rapiña (1973), El arte de engañar (1973), Más negro que la noche (1974), pero también cayendo en otras como Twist, locura de juventud (1962), Baila mi amor (1962) y otras tantas que bueno, no pasaron particularmente a la historia, pero al menos con La fuerza inútil deja un grato sabor para el discurso cinematográfico: muchachos que proclaman libertad, pero son fieles alumnos del Yunque.

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Tuesday, July 17, 2007

Enfrentando a los demonios






Por cosas que desde luego no tiene caso explicar, hace poco más de un año me quedé con las ganas de comentar una película que me pareció magnífica. Quien lea esto podrá decir: ¡infame tecleador, qué caso tiene tu comentario si ya no está en cartelera! Tranquilos, mis cuatro lectores. La opción del DVD hace que sea muy sencillo conseguir la cinta y poder disfrutarla.

Ya en temas fílmicos, considero que el cine es un universo de códigos que son bien complejos, pero a la vez fascinantes. Dentro de los códigos entra el sentir de un pueblo, su idiosincrasia, su valoración del mundo, en fin, detalles y detalles que conforman lo que somos como seres humanos.

En el caso concreto del cine israelí, siento que está atrapado en un dilema histórico. La idea se centra en el hecho de ser uno de los pueblos más polémicos en el planeta, casos y ejemplos sobran, y por medio del cine se ha tratado de remarcar constantemente el tema del holocausto. Desde luego no pretendo distorsionar, polemizar o mucho menos minimizar tal episodio humano, pero creo que sí se vale la reflexión, ¿hasta qué punto el cine israelí es rehén de esta temática?

El motivo de toda esta reflexión es que el director Eytan Fox dirige Caminando sobre el agua, la cual nos presenta, de manera genérica, una proyección evolutiva. Se acepta, se reconoce el holocausto, con todas sus circunstancias, pero también establece un “ya basta”, dejemos de estar atados al pasado y empecemos a vivir nuestra propia vida.

La historia presenta como protagonista a Eyal (Lior Ashkenazi), un agente del famoso Mossa, y que desde luego se encarga de perseguir y liquidar a los terroristas enemigos de Israel. La efectividad y dureza de su profesión lo lleva a vivir sumido en un infierno emocional donde todo lo que se acerca a su vida termina muerto. Iris, su esposa, es uno de esos ejemplos al suicidarse.

Pero la vida sigue, y Eyal tiene que actuar como guía de turistas de Axel (Knut Berger). Hermano de Pía (Caroline Peters), una mujer alemana que ha decidido dejar atrás a su familia y vivir en un Kibutz (un interesante contraste). Axel, además de conocer lo más emblemático de Israel, busca que su hermana viaje de regreso a Berlín para el cumpleaños de su padre. ¿Cuál es el valor de esta explicación?, Axel y Pía son nietos del aparentemente fallecido Alfred Himmelman, de pasado nazi y al cual Menachen (Gideon Shemer), directivo del Mossa, y jefe directo de Eyal, desea dar alcance y muerte.

La investigación que Menachen encarga a Eyal deriva en la interacción entre el agente israelí y Axel, lo que genera diversos sentimiento, emociones, reflexiones, actitudes ante la vida que nos recuerdan una premisa de la cinta: para poder avanzar hay que purificarse, llegar a la raíz de los sentimientos y superarlos, de otra manera seguiremos atrapados en nuestras creencias, en nuestras percepciones.

El humorismo y la reflexión se mezclan con la realidad de los ataques terroristas en camiones israelitas a manos de mártires palestinos, de la notoria rispidez en el trato entre hebreos y árabes, vamos, la historia general de medio oriente vista a través de un Eyal que detesta estar esta misión “caza nazis”, y que a la vez es incapaz de reconocer la homosexualidad de Axel.


Las charlas grabadas (al puro estilo de Carlos Ahumada) revela lo que Menachen suponía: el militar nazi no está muerto, por lo que da la instrucción a Eyal para que vaya a Berlín, restablezca el trato con Axel y se acerque a verificar la versión sobre la existencia de Himmelman.

Es en este momento del relato en que se empieza a girar hacia asuntos más comprometedores en Eyal. Cumplir para lo que está adiestrado suena elemental, ¿pero esta es su lucha?, ¿el holocausto es algo directo para él?, ¿este odio es su odio? Eytan Fox plantea estas reflexiones de manera ágil, involucrando al espectador, pero sin grandes frases hiperbólicas, lo que es todo un acierto.

Sí, Eyal estará delante de un anciano que apenas es capaz de poder respirar con instrumentos, donde todo un cúmulo de angustias, de odios, de herencias y acciones a cumplir se arremolinan, ¿Eyal soportará esto?, ¿el asesino del Mossa se vencerá ante sus sentimientos y quedará en estado de indefensión por no poder cumplir su misión, es decir, completar su utilidad?

Fox teje los elementos para ofrecer un final sorprendente, muy agresivo si se toma en cuenta el dogma de como “debe” ser visto el holocausto y sus consecuencias. La inteligencia del director no deja de lado que también hay algo en la cultura germánica que también tiene que concluir, que hay algo que aún duele y es necesario hacerle frente, algo así como saber cerrar los círculos pendientes.

Por espacio de poco más de 100 minutos el espectador puede ver un proceso de degradación que generará un mejoramiento en los personajes Suena paradójico, ¿acaso el mundo no tiene mucho de paradójico para poder ser habitable?

Sí, Caminando sobre el agua, realizada en 2004 en una coproducción Israel Suecia, es una estupenda opción cuando se va al video club y parece que en lugar de seleccionar una película estamos eligiendo la caja del anuncio que luce menos mal.

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Saturday, July 07, 2007

Un dilema que se queda en intento


En las salas cinematográficas de la ciudad de México se está exhibiendo Vainilla y chocolate. No puedo decir que salí contento, es más, hubo algunos detalles que me agradaron, pero eso al mismo tiempo hace que me sienta un tanto decepcionado.

Todo esto viene a cuento porque me he dado cuenta que me encanta el cine, el discurso existencial, es decir donde el dilema gana al final bonito, por decirlo de alguna manera. Como detalle, ver una cinta como el clásico Ladrón de bicicletas de Vottorio de Sica te deja en una situación de angustia, de desesperanza, vamos, de sentimientos encontrados, en donde el director te obliga a trascender la historia y ubicarla en la perspectiva profunda del sentido humano. En el caso de Vainilla y chocolate se pudía, pero el director no se atrevió.

Ciro Ippolito, director del film en cuestión, nos presenta a Penélope (María Grazia Cucinotta), llamada por todos como Pepe, maestra de piano, como una mujer insatisfecha, infeliz, víctima de las infantiladas y cabronadas de su marido, Andrea (Alessandro Preziosi). La decisión esperanzadora para Pepe es regresar a su origen, la casa de su entre severa y maternal abuela.

Claro, la decisión de Pepe es en parte huir de su agobiante entorno familiar, y a la vez se significa como una oportunidad de “hacer” madurar a Andrea, quien ahora tendrá que encargarse de sus tres hijos, dos adolescentes y uno de no más de 7 años. Puede ser, un entorno asfixiante puede propiciar que el más templado de pronto necesite espacio y distancia.

Pepe, ya instalada en la finca de su abuela, tiene una serie de evocaciones de su infancia, de su despertar a la vida (¡que cursi!, prometo ser más cuidadoso para la siguiente), y así vamos viendo algunos detalles de su madre y sus canitas al aire, del día en que conoció a Andrea (algo así como recordar el destino), los consejos de su abuela, en fin, detalles que pueden ser adecuados para crear el ambiente de Pepe y entender su vida. A la par de ello, Ippolito juega con la “nueva” vida de Andrea y sus tres hijos.

En este torbellino donde Pepe siente que ha sido la tonta en la infidelidades de Andrea, aparece el recuerdo y vivencia del amate de Pepe, Carlos Martínez (Joaquín Cortés), este me parece el momento más importante y fundamental de la cinta, donde los cuestionamientos pudieran darse, y sin embargo, me parece que se dejan pasar de largo para dar una lección moral.

La historia de Pepe y Carlos es lógica, un hombre de porte cautivador pone sus ojos en una mujer casada. Él trata por todos los medios acercarse a ella, hasta que ella accede. Se entiende que no puede estar con Carlos por ser casada, y también porque Andrea es el hombre con el que ha decidido estar (ojo, que no menciono amor). Finalmente Pepe vive su historia de amor, pues para que la dama tenga esa historia necesita sentir algo hacia ese sujeto (¿a quién no nos han puesto de pretexto el amor para darnos largas a ciertos temas?).

Bueno, Carlos logra romper esa barrera, Pepe se entrega a él, es plena, es dichosa, el feliz…, hasta que Carlos le pide que deje a su marido y se case con él, que junto a sus hijos formen una nueva familia, claro, para que tengan el suyo, el propio. Ahí el encanto se rompe. Se valdría preguntar, ¿por qué una mujer desea sentir amor para tener una aventura, pero cuando corresponden a su amor sale huyendo?

Es aquí donde la cinta, me parece, rompe el hilo de historia y se vuelve una lección moralina. Pepe tendrá que regresar, Andrea dice que ya aprendió y que va a cambiar (¿?) y el amante fogoso es castigado con un cáncer que casi corta sus lujuriosos sentimientos.

Con todo ello, la historia quiere abarcar tanto que termina dejando cabos sueltos: La hija de Pepe tiene desórdenes de alimentación, una escena que presenta pero no concluye nada, la misma hija que repite el despertar sensual de Pepe, pero es “protegida" por Andrea, unos diálogos entre Pepe y su madre que son flojos, pues nunca llegan a la médula de la justificación o del reclamo. Del final, ni que decir, sentí que estaba sufriendo la conclusión de cualquier capítulo de "Lo que callan las mujeres".

De verdad que me quiere gustar el cine italiano, pero me parece que es irregular, por ejemplo, la musicalización, por momentos tiene a influencia de Ennio Morricone, no está mal, pero hay que evolucionar; en otros la música en tan estorbosa que parece que se puso una cinta de Camilo Cesto (ya se imaginarán), digamos que este cuadro lo rescata la música y voz de Joaquín Cortés, quizá esa debió ser la base de todo el arreglo musical.

La fotografía no es mala, el entorno mediterráneo ayuda mucho, los encuadres tiene buena profundidad, y los ángulos que hay a lo largo da la cinta le den un toque de cierta frescura, se ve el estilo del director en romper lo cotidiano en ese sentido.

Del origen y nombre de la cinta, bueno, suena como una buena idea, pero me parece que es como una alegoría para decir que los hombres son de Marte y las mujeres de Venus, la misma cinta se encarga de machacar esta idea.

En fin, habrá que reflexionar sobre algunas cuestiones más por iniciativa que por la propuesta de la dirección. Se pueden pasar algunos instantes divertidos, pero esperar los grandes cuestionamientos del ser humano, caray, se tendrá que seguir viendo a Lars Von Trier, Kusturica, Wim Wenders, en fin, los clásicos que por algo son lo que son.

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Thursday, July 05, 2007

Para ver a las ballenas hay que tener fe


Ya en alguna ocasión comenté que hasta en el cine de propuesta existen cintas que no tienen ninguna propuesta (por paradójico que suene), pero aún así resultan muy buenas películas. Me parece que esto no se deriva sólo de tener la mente abierta a aceptar el mensaje fílmico que no es “hollywodense”, sino a una postura de vida, es decir, no hay propuesta, pero sí la idea de mandar un mensaje interesante.

Este es el caso de la película Padre e hijos. Para ser honesto, ignoro si en algún momento alcanzó alguna sala aislada en los grandes complejos empeñados en sólo hacer dinero con cine desechable. Si el caso de esta cinta fue estar condenada al DVD de manera inmediata, bueno, qué le vamos a hacer, pero lo que sí les puedo decir es que se trata de una historia simplemente deliciosa.

Padres e hijos es sensible, es emotiva, es divertida, pero no siento que recurra al chantaje para lograr interesar al público. La piedra angular de la historia descansa en Phillip Noiret (inolvidable Alfredo en Cinema Paradiso), al encarnar a Leo Serano, un hombre que ve cómo pasa el tiempo, no es abuelo, y para colmo sus hijos viven en un notable alejamiento, cada uno preso de sus carencias o vanidades. Los tres hijos en cuestión son Charles Berling (David), Bruno Putzulu (Max), Pascal Elbé (Simón).

¿Cuál es el detonante para que la trasformación empiece a generarse?, realizar un viaje de vacaciones, la idea es ver a las ballenas en Canadá, aunque ya haya pasado la temporada de avistamientos.

Las vacaciones son el pretexto para que Leo logre que David y Max logren romper las barreras y distancias que los tiene como enemigos jurados. El argumento central de Leo es la manera en que exagera un leve problema de agotamiento (transformando en un coágulo que va a terminar con su vida).

Pero que esto no provoca una historia cursi, de frases melosas y terrenos comunes donde la muerte y las lágrimas brotan como si fuera un vulgar reality. El guión y dirección de Michel Boujenah es ágil, plagado de un lenguaje ligero, cotidiano, subido de tono, con insolencias, con juegos de lenguaje, sí, con cierto terreno común en las bromas y chistes, pero me parece que están justificadas.

El encadenamiento de los hechos hace que estas vacaciones cambien de rumbo en cada momento, las mentiras y las verdades se combinan a lo largo de la historia. A veces es la atención en el masoquismo de Max, en otras descansa en la vanidad y superficialidad de David, en ocasiones en lo abstraído de Simón, eso sin contar las sombras de homosexualidad; se descubre la aventurilla de juventud de Leo, se expone la repetición de soledades de Leo con su hermano, el que Simón no acabó la prepa, pero sobre todo el juego del chantaje de Leo para que todo puedan verse y quererse como familia.

Pero la solución a esa búsqueda de los valores, de la identidad, de lo que nos puede unir tenía que llegar desde afuera para que lo interno lograra el equilibrio. La respuesta llega por Mado (Marie Tifo), una curandera entre mística y charlatana que es capaz de revivir a un cerdo (después de todo, todos los hombres tenemos algo de cerdos).

Es en este ambiente aislado de todo, sin señal de celular (¡qué maravilla!), de trabajo rudo y de simplezas de vida es que estos cuatro personajes coronan ese viaje a su interior. Secuencias muy divertidas, aunque por ahí con su detalles emotivo que mueve a las lágrimas si se ha hecho “clic” con la historia.

Pero falta el pretexto original: ver a las ballenas. Leo lo explica muy sencillo en dos expresiones: para ver a las ballenas hay que tener fe. Para ver a las ballenas hay que merecerlo. Quien guste atreverse a gozar esta cinta (que está en tiendas de autoservicio a escasos cuarenta pesos) sabrá entender lo maravilloso y emotivo de estas dos ideas que el maravilloso Noiret nos legó.

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